martes, 30 de marzo de 2021

ISÓSCELES

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Cuando el geómetra sapientísimo llegó, él ya estaba allí. Enhiesto. Con los pies, a modo de base, apoyados con firmeza en el suelo. Su altura orgullosamente erguida, como tratando de conducirnos a las estrellas.

– Perdóneme, suelo ser puntual, pero cuando uno se mete en el mundo de los humanos el tráfico de las ciudades es francamente insoportable. Recuerda al mismísimo Infierno del Dante.

– No se preocupe. Soy isócrono – respondió.

Era una mañana en la que ya se olía la primavera. Un sol tibio acariciaba, sin llegar a calentar, pero a la sombra una brisecilla inicialmente agradable acababa dejándote frío.

– ¿Donde quiere sentarse? – inquirió amablemente el geómetra. ¿Sol o sombra?.

– Tampoco se preocupe. Soy isotermo – volvió a responder.

– Como prefiera. Y, ¿donde nos sentamos?. ¿En ese banquillo o sobre la hierba?.

Al pié de un viejo olmo, quizá hendido por un rayo, había un banco de piedra. Seguro que también de piedra era la cabecera. Y sosegándolo todo se ofrecía un mullido césped, repleto de esa humildes margaritas.

– Escoja usted. Yo soy isomorfo.

El geómetra sapientísimo exhaló un hondo suspiro de alivio y satisfacción al tiempo que exclamó:

– Por fin ahora lo comprendo a usted, y así podremos seguir nuestra conversación: Usted es isósceles!!!.

Y continuaron charlando y charlando y charlando hasta que los poliedros se tornaron irregulares.

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