domingo, 24 de diciembre de 2023

Desde la ventana

Estos días navideños solemos estar más sensibles, con los sentimientos, para bien o para mal, más a flor de piel.

Sin embargo la vida sigue empeñada en mandarnos mensajes a los que hemos de estar dispuestos a percibir.

En medio de esos mensajes he hecho estos dos descubrimientos que quiero compartir con mis pacientes lectores:

– https://youtu.be/FSZ1lFkzkKI?si=xyMnGZ_dxEd0IcSE

Pido perdón por la mala calidad de la edición del presente post, únicamente debida a mi impericia informática. Seguiré manteniendo entre mis deseos de nuevo año la realización de un curso de perfeccionamiento de wordpress.

Feliz Navidad, y que nunca olvidemos el sentido del acontecimiento que en tales fechas conmemoramos.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Parvulario: Cosas, gentes.

 

I

Cosas y gentes que deprimen

Acostumbro a dormirme con la radio y despertarme con la radio. En el primer caso lo hago sintonizando música, que me facilita conciliar el sueño. En el segundo caso, por la dudosa obligación cívica de estar mínimamente informado, sintonizo las noticias.

Es entonces cuando se cierne sobre mí un cúmulo de negros nubarrones que acaban concretándose en tormentas pletóricas de rayos y truenos, y que más invitan a refugiarse de modo permanente en la blanda tibieza del lecho que a cualquier otra cosa.

Pero bien sé que de nada serviría tal nihilista actitud. La realidad es la que es y es necesario abordarla y gestionarla del modo más humano posible. Es aquí donde me pregunto, entre otras cuestiones, que factores comunes encierran tal sinnúmero de calamidades, catástrofes, injusticias y desigualdades.

La realidad es compleja y variopinta por lo que son muchas las causas que conforman esas desgracias, pero hay una que a mí particularmente me desazona. Esa causa es el egoísmo.

Dice el DRAE que es un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Incluso hay quien lo convierte en su ética, y solo se preocupa de los demás en cuanto ello repercute en su beneficio propio.

El egoísta deviene en neoadanista y se erige en el centro del universo, nada ni nadie importan salvo él, nunca antes existió nada ni nadie digno de interés, y por supuesto no le debe nada a nadie. Todo lo que tiene se lo debe a su propio esfuerzo y a sus propios méritos. Los demás que se arreglen, que hagan como él, y si tienen necesidades, que se esfuercen aún más.

Y así nace y crece la desigualdad, factor principal generador de la sociedad fracasada, al tiempo que va forjando un mundo que se regula por la ley del más fuerte, que nos hace volver a la ley de la selva.

Pero ojo, porque tal planteamiento puede incluso justificar la violencia en muchas de sus formas, y llegados a este punto, ¿estamos seguros de ser nosotros los más fuertes?

II

Cosas que hacen latir deprisa el corazón

Si a la vida, eso que sucede mientras usted y yo hacemos planes, tuviéramos que buscarle un logotipo, probablemente la imagen más aproximada a la realidad sería la de un poliedro irregular, con sus caras diferentes, sus aristas y sus vértices. Todo ello nos lo muestra a un tiempo, en ocasiones con concavidades, en ocasiones con convexidades.

Pero también en ocasiones, esa vida paradójica y contradictoria, esa maestra rígida, que nos educa en la disciplina y el sacrificio, como dice el maestro Serrat, decide tomarse un café con nosotros, e incluso nos regala con esa galletita de cortesía, dulce, mantecosa, tan agradable al paladar. Y lo hace en forma de arte.

Pues todo esto es lo que me ocurrió estas últimas semanas. El poliedro mostró algunas de  sus más cortantes aristas con la advertencia de que extrajera sus enseñanzas, pero también, esbozando un gesto de benevolencia que incluso trataba de ser ternura, me instaba a que me centrase en lo dulce y nutricio de la galletita.

Tratando de ser alumno agradecido volví a buscar el bálsamo de la música. Rameau, Chopin, Ravel y Liszt se sientan  a mi mesa de la mano, o por mejor decir de los increíbles dedos, y del sentimiento del joven Bruce Liu, ese portento pianístico, ganador del último Concurso Chopin en Varsovia.

Concierto extraordinario en lo técnico y en lo expresivo, me llevó a contemplar como hay cosas que persisten más allá de la circunstancias humanas. Y como en la larga lista de  suertes que algunos privilegiados podemos escribir al abrir los ojos cada nuevo día, está el haber nacido y vivir en una ciudad como la mía, y tener acceso a esas músicas inmortales.

Pero la cosa no acababa ahí. Aún me faltaba encontrar a Monet y su deslumbrante, y nunca mejor empleada la frase, capacidad para vibrar y hacer vibrar a los demás con su percepción de la luz y el color.

Nieve, mar, niebla, sol, por supuesto nenúfares, a todas horas, con distintas luces, crean belleza y al hacerlo ensanchan nuestra alma. Lamentablemente en la exposición faltaba Impresión, sol naciente, pero las más de cincuenta obras presentes eran más que suficientes para gozar de su grandeza.

Me llamó especialmente la atención su última época, el siglo XX con su Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis y sobre todo su época nórdica en los que, quizás por la evolución que es consustancial a todo gran artista, quizás debido a dificultades visuales por sus cataratas, , caminaba hacia los deslindes de la abstracción.

¡Y pensar que aquellos avinagrados critiquillos le llamaron impresionista a modo de insulto! Poco se podían imaginar que el bueno de Monet estaba creando un movimiento que, junto con su nombre, pasaría a la historia, mientras que hoy nadie conoce ni recuerda a aquellos personajillos. ¡Cuán ruines podemos llegar a ser los humanos! ¡Qué pena! Pero no acabemos con un sabor agrio, acordémonos de las galletitas y disfrutémoslas.