domingo, 26 de noviembre de 2023




El próximo martes, día 28, a las 19:30 horas, en los locales de la librería Matadero Uno, ubicada en la Plaza de Riego, se presenta la obra denominada Franquismo de cartón piedra: arquitectura efímera y de propaganda en los primeros años de la dictadura. José Gómez del Collado (1942-1948), de la que es autor el buen amigo y excelente investigador Jorge Bogaerts.

Antes de hablar de la citada obra creo que es de ley felicitar muy sinceramente a los promotores de tan valiente iniciativa por abrir nuevamente las puertas del local que ocupó la emblemática y centenaria Librería Ojanguren, al tiempo que facilitan un gran número de actividades culturales. En esta época en que se quería dar por finiquitado el libro de papel, el hecho de no solo salir en su defensa sino también facilitar el sentase alrededor de la hoguera a compartirlo, muestra un gran coraje, lo que es muy de agradecer. Vetusta puede dormir la siesta, que si es breve es muy saludable, pero también hace otras muchas cosas muy meritorias, como esta.

Y ahora vayamos al libro, comenzando por su autor.

Bogaerts es hombre de cultura enciclopédica, como nos demuestra cada día en sus atinados comentarios en la red de Facebook. Pero es una cultura de la de verdad, no esa vacua erudición que únicamente sirve para lucir los colores del pavo real del portador de los datos. No. Bogaerts analiza, compara, pone en contexto y acerca sus resultados a la vida nuestra de cada día. Además, es riguroso, sistemático y pertinaz, muy pertinaz. Así que todo lo que salga de su magín y su pluma ha de llevar este marchamo, que lo hace interesante para todo aquel que conserve esa sal de vida que es la curiosidad intelectual.

El libro que nos ocupa es el producto de una minuciosa investigación que da por resultado mucho más que una biografía, es un libro de historia. Pero no de una historia memorística y exclusivamente notarial que se limite a levantar acta de unos datos que por si solos resultarían fríos y quizás sin mucho sentido. En un libro de historia social donde esos datos se explican en el contexto del devenir de una sociedad, al tiempo que sirve como pretexto para dar a conocer las entretelas de una de las épocas más crueles e intencionadamente ocultadas de la historia contemporánea española, la primera fase de la posguerra “incivil” española y de la implantación de una dictadura que aún resuena, y sin cuyo conocimiento no nos podemos explicar alguno de los hechos de la actualidad. No ignoremos que todavía a día de hoy se dan manifestaciones en las que lamentablemente hay que oír el viva franco o el cara al sol.

Todo ello está relatado con un estilo que a pesar de la profusión de datos no está exento de elegancia, buena prosa y mesura, todo ello muy de agradecer en los tiempos que corren, y que incluso hacen amena su lectura.

Por otra parte, la edición del libro es exquisita, como no podía ser de otra manera viniendo de Ediciones Trea. La calidad del papel, la originalidad de la portada, la perfecta distribución de sus innumerables imágenes, y citas a pié de página hacen del libro un objeto de deseo de los portadores de esa curiosidad intelectual antes citada. Que a los, imagino, diversos correctores se le haya pasado en la página 42, línea 25, una errata al citar un serrano con minúscula, precisamente en el nombre de alguien tan trascendental en el comienzo de la carrera del personaje objeto del libro no resta un ápice a las innumerables virtudes de la obra, y solo serviría para mostrar la picajosidad (sic) del autor de estas torpes líneas si no fuera, como es, un guiño hacia el sentido del humor de un buen amigo.

En definitiva, un muy plausible acontecimiento cultural para un libro de inexcusable lectura. Mi más sincera enhorabuena a su autor.

domingo, 12 de noviembre de 2023

HELENA

Decidió callarse.

Helena era persona amante del sosiego y la concordia por encima de casi cualquier cosa, y que trataba de conseguirlos a base de su alta capacidad de empatía.

En el desempeño de su profesión la tenían por eficaz y estaba bien considerada, mas ella rehuía figurar o destacar por encima de sus compañeros y únicamente trataba de aportar tranquilidad y esperanza a sus clientes, lo que interpretaba como su único modo de contribuir a hacer la vida un poco mejor.

Solía decir:

-Ya no tengo edad y además nunca tuve valor para tirarme al monte y hacer la revolución universal, así que lo único que me queda es tratar de mantener limpia mi parcela.

Sin embargo, nada más lejos de su intención que el conformismo o el nihilismo. Esto unido a un alto grado de curiosidad intelectual le llevaba a interesarse por todo lo que acontecía en la vida social, en el sentido más amplio y universal del término.

Quizás por ello últimamente se sentía agobiada y desazonada. Aquel día los medios de comunicación publicitaban las trágicas consecuencias de la enésima guerra, que se solapaba con las anteriores aún no solucionadas. Llegaban noticias de dramáticos sucesos que producto de la desigualdad afectaban siempre a los más desfavorecidos, civiles inocentes, migrantes, etc.

Sentía que, en los entornos cercanos, quienes deberían trabajar por guiar y mejorar nuestra sociedad solo generaban tensión, alcanzando la mayoría de las veces escenarios demasiado soeces, amplificados por redes sociales convertidas en auténticos instrumentos de desinformación.

Aquel día la jornada había sido larga y compleja, así que al llegar a casa lo único a lo que aspiraba era a prepararse una taza de té y relajarse refugiándose en el mejor de sus mundos, la música.

Introdujo en el reproductor un CD con la versión de Perianes del concierto para piano nº 1 de Brahms, y se dispuso a soñar y gozar.

Ya el adagio la había introducido en un universo de serenidad cuando un ruido estridente y disonante rompió el encanto de aquella situación. Era la alarma del portero automático del edificio, y en su pantalla se dibujó la silueta de un hombre joven.

–Vaya por Dios. Tenía que ser él, y precisamente ahora -pensó Helena para sus adentros.

Ricardo no visitaba con mucha frecuencia a su madre, pero ella sabía que cuando esto ocurría, aunque tratase de mantener el diálogo en un tono calmado y no salirse de los temas protocolarios y convencionales pronto llegaría el momento en que Ricardo llevaría la conversación al “yo, yo y solo yo”, y los únicos motivos de la charla serían los referentes a su vida para después pasar al plano de las acusaciones y reproches, y que tras esto acabarían indefectiblemente discutiendo agriamente, él marchándose de forma abrupta y ella quedando sumida en un estado de gran agitación y tristeza.

Pero, en fin, lo intentaría por enésima vez. No quería ser ella quien generase la discordia.

–Acabo de preparar té. ¿Quieres una taza?

–No, gracias -contestó Ricardo, al tiempo que se acomodaba en el sillón frente al de su madre y establecía un tenso silencio como quien espera la pausa anterior a un combate.

Según lo habitual, Helena le preguntó generalidades a cerca de su estado, su trabajo, sus nietos o su nuera, que Ricardo contestaba con frases breves, secas, e incluso con monosílabos, y por supuesto sin interesarse nunca por la vida o los intereses de ella.

Y como siempre, sin saber por qué, tan inesperadamente como aparece una tormenta de verano en un día soleado, la conversación giró a la fase de los reproches y las acusaciones.

Mas Helena llevaba un tiempo en que al rememorar estas situaciones pensaba que sus intentos de diálogo razonado eran estériles, inútiles y contraproducentes por cuanto que eran contestados con argumentos cada vez más absurdos e hirientes, sacando a la luz presuntos hechos del pasado difícilmente comprobables y por tanto difícilmente rebatibles, como si a Ricardo solo le interesase descargar su ira desde una inmensa frialdad de sentimientos.

Se sentía cansada, muy cansada, de hacer las veces de felpudo o de saco de entrenamiento de boxeo. Dijera lo que dijera e hiciera lo que hiciera todo iba a estar mal hecho y interpretado como perverso.

Y en ese momento, sin saber cómo, le vino a la mente  frase de Ludwig Wittgenstein que le había citado aquel profesor de filosofía: Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo.

De pronto todo un horizonte se le iluminó. Ya era hora de que fuera ella quien marcase los límites, quien impusiese el ritmo. No más discusiones, no más luchas verbales de las que salía agotada y herida. Se acabó. Sus silencios serían los muros que protegiesen su Valhalla.