miércoles, 31 de agosto de 2022

Un mes, un libro (VIII): Opus nigrum

La historia es tozuda y el afán en olvidarla va parejo con su insistencia en reaparecer

(Joan Santacana)

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Dice mi amigo, y yo le creo a pies juntillas pues no en vano es una de las personas más cultas que he conocido, que Marguerite Yourcenar es una de las literatas más importantes que ha dado el pasado siglo XX. Y con razón que lo ha de ser dado que figura como la primera mujer en alcanzar el olimpo de los inmortales (Academia Francesa), con el mérito añadido de ser belga de nacimiento, y uno de los poquísimos autores cuyas obras se publican en vida en la colección de lujo de La Pléiade.

Pero además de sus muchos e indiscutibles méritos literarios (novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora) su apasionante biografía y personalidad bien pudieran hacerla merecedora de ser uno de sus propios personajes. Huérfana de madre desde prácticamente el mismo momento de su nacimiento, en su infancia y juventud no fue a ninguna escuela ni centro docente, siendo siempre educada por su padre, Michel-René Clenewerck de Crayencour, personaje singular, de origen aristocrático, y ocasionalmente apoyada esta educación con preceptores particulares específicos.

Su padre, inconformista y de vida errante por toda Europa en los lugares preferidos por la aristocracia de la época, se hacía acompañar en sus viajes por Marguerite (Montecarlo, Italia, Montreux o Lausana). Además tenía aficiones literarias e introdujo a su hija desde muy joven en las obras de los mejores escritores europeos de la época como Flaubert, Maeterlinck o Rilke y en los clásicos como Virgilio, Aristófanes o Racine, algunos de los cuales leía ya  a la edad de ocho años. También le enseñó latín a los 10 años y griego clásico a los 12, y cuando Marguerite muestra sus inclinaciones hacia la escritura se las alienta de manera firme.

Con tales circunstancias no es de extrañar que nuestra autora fuera una persona culta, con gran pasión por la antigüedad greco-latina y por los viajes como expresión de libertad y adquisición de conocimientos, pero es ese aspecto, la libertad, el rasgo más característico que su padre le transmitió como forma de afrontar la vida. Tampoco es de extrañar que, como se desprende de sus memorias, Marguerite hiciera de él un héroe que se opone a las tradiciones rígidas. ¿No estaría pensando en él cuando construye el personaje de Zenón, alguien que, según ella misma manifiesta, hace tabla rasa total de las ideas y prejuicios de su siglo para ver después donde lo conduce libremente su pensamiento, alguien capaz de entender la libertad hasta el punto de permitirle decidir el modo y manera de su muerte, despreciando toda intolerancia o prejuicio institucional?

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Más si apasionante es su personalidad tanto o más apasionante es su literatura. Su primera novela aceptada por ella como digna de figurar en sus obras completas fue publicada a sus veintiséis años, y desde entonces no menos de veintiséis publicaciones de distintos géneros, cuyo análisis no es el objeto de esta breve reseña. Pero no podemos pasarlas por alto sin mencionar Memorias de Adriano donde se relata en primera persona la vida del emperador romano Adriano, a modo de carta a su nieto y sucesor Marco Aurelio. Escrita entre diciembre de 1948 y diciembre de 1950, en un principio se editó por entregas en la revista francesa La Table Ronde. La novela completa fue publicada por la editorial Plon en 1951.​ El libro tuvo un éxito inmediato y fue reeditado con muchas traducciones. En español destaca la realizada por Julio Cortázar, y alcanzó gran éxito a nivel popular cuando en 1982 el recién elegido Presidente del Gobierno de España, Felipe González, en una entrevista televisiva manifestó que lo tenía por su libro de cabecera. En Colombia, por ejemplo, también se convirtió en el libro más leído tras Cien años de soledad gracias a manifestaciones similares del Presidente Belisario Betancur, aunque en este caso fue él mismo el traductor de la obra del francés, incluso tres años antes de la citada de Cortázar.

Memorias de Adriano es considerada en todos los comentarios como una gran novela histórica, concepto que da pie a múltiples disquisiciones. Lo que es cierto es que si bien está enmarcada en una época histórica concreta y por su escenario desfilan acontecimientos y personajes de dicha época, no se trata de una novela histórica al uso donde se relatan fechas y datos de dichos acontecimientos. La Historia que propugna Yourcenar es un motivo para reflexionar sobre las diferentes fases de la condición humana a través de la generaciones que nos precedieron. Presenta a Adriano como un ilustrado que reflexiona como podría hacerlo un gobernante del siglo XX, quizás por ello los comentarios presidenciales antes citados. Es un retorno al pasado para reflexionar sobre el presente, reflexiones por cierto bastante pesimistas, aunque Yourcenar trata de poner su granito de arena para evitar esa tendencia hacia el desastre.

Ese mismo esquema es el utilizado en Opus nigrum, calificada también de novela histórica. Con ella obtuvo el Prix Fémina, uno de los grandes galardones literarios franceses junto con el Goncourt.

Comenzada su escritura en 1934 (otras fuentes incluso señalan 1921) en un relato titulado A la manera de Durero, que formaba parte de un libro titulado La muerte lleva la carreta, tras múltiples reelaboraciones concluyó su redacción en 1965 y publicada en 1968.

En este caso el personaje central, a diferencia de Memorias de Adriano, no es real sino ficticio. Médico, alquimista y filósofo del siglo XVI, es una síntesis de muchas de las ideas de Erasmo, Pico de la Mirándola, Paracelso, Campanella o Leonardo de Vinci. Su vida relatada en la obra es un viaje físico y espiritual, viajero empedernido como la propia Yourcenar, que consideran el viaje como aprendizaje.

La acción transcurre en  Flandes donde nos relata la prosperidad de su burguesía, las luchas entre las tropas de ocupación españolas y los nacionalistas independentistas, y las especulaciones económicas relacionadas con ellas. También aborda las novedades técnicas, preludio del maquinismo industrial del XIX, con las repercusiones sociales que implican y las pugnas religiosas originadas a partir del Concilio de Trento y la Reforma Protestante, con toda la carga de intolerancia y de violencia en los castigos de la Inquisición. En este escenario se asiste a la evolución interior y exterior del protagonista, desde su juventud hasta su vejez y su muerte por suicidio en la cárcel de la ciudad de Brujas.

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Una vez más Marguerite Yourcenar entiende su novela, Opus nigrum como una especie de espejo que “condensa la condición del hombre a través de esa serie de acontecimientos que llamamos historia”, y reflexione sobre los hechos que en ella ocurren en comparación con los hechos ocurridos en 1914 y entre 1930-1950, repasando las dos guerras mundiales, Hiroshima, la invasión de Hungría por los soviéticos, Argelia, para concluir que “la dignidad del hombre consiste en resistir al desastre”.

Así mismo, como en Yourcenar, la característica fundamental del personaje es su ansia de libertad y a partir de ella crear un modelo de vida. Su humanismo supera las propias barreras cronológicas, y siempre deseoso de conocimientos que le den la clave para superar las angustias de la humanidad, aún no resueltas en nuestra actualidad. Una vez más Yourcenar acude a la Historia para hablar del presente, es por ello que en la obra hay muchas historias dentro de la historia argumental.

En cuanto a lo literario toda esta densidad conceptual y de referencias culturales se combina tan sabiamente con una prosa bellísima de modo que en absoluto se hace difícil su lectura sino que se convierte en un auténtico deleite en el que, a mayor abundamiento, el ritmo no decrece en ningún momento, aumentando siempre el interés por el capítulo siguiente.

Dicho esto confirmo plenamente, como no podía ser de otra manera, la opinión de mi amigo, y en justa correspondencia recomiendo encarecidamente el libro al resto de amigos que aún no lo conozcan, si es que hay alguno.

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domingo, 21 de agosto de 2022

MARCELINO

A Yolanda, con gratitud eterna.

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Don Ramón tenía gustos muy exquisitos, siempre optaba por lo mejor, y por supuesto en cuanto al cuidado de su salud seguía las mismas premisas. Lo boyante de sus negocios y su inacabable cuenta corriente así se lo permitían.

Por eso cuando se sintió mal decidió que lo más conveniente era consultar con el Technological Center Hospital (TCH), sin duda el mejor y más avanzado hospital de nuestro entorno. No solo estaba totalmente informatizado sino que se hallaba a la cabeza de las más actuales e innovadoras investigaciones de la denominada medicina de precisión. Por supuesto el genoma y su reparación no tenía secretos para ellos, y además recientemente habían logrado completar nuevos biomarcadores moleculares desarrollados mediante una plataforma propia de secuenciación del exposoma, con lo que así tendrían los datos necesarios para en lo sucesivo evitar las agresiones genéticas, e incluso poder predecir la eficacia de los medicamentos a utilizar, escogiendo no solo los más convenientes sino también en la dosis más personalizadas. Era, pues, el centro sanitario más avanzado del cada vez más instaurado metaverso.

Para la amplia agenda de Don Ramón no le fue difícil conectar con el TCH y concertar una cita de forma inmediata, por lo que gracias a su avión privado y el coche que ya le esperaba en el aeropuerto a pié de pista, en muy poco tiempo llegaba al Servicio de Urgencias de dicho Centro.

Allí le esperaba un cyborg que, como no podía ser de otra manera, contenía toda la información de salud y personal de D. Ramón, excepto, claro está, la económica. Hasta ahí podíamos llegar! Además para eso D. Ramón tenía su bien remunerado departamento de ingeniería financiera.

—D. Ramón Apilánez, supongo -expresó el cyborg, al tiempo que le extendía la mano.

Su aspecto, gracias al más moderno material siliconado, era prácticamente indistinguible de un elegante y atractivo humano. Su voz no era metálica y entrecortada como la de los primeros robots de décadas anteriores. Sus actualizados algoritmos sabían adecuar el tono y el ritmo a los de su interlocutor, y su mano, al estrecharla, se adaptaba también al grado exacto de presión y temperatura del mismo.

—Efectivamente, ese soy yo —replicó D. Ramón.

—Permítame que me presente, soy Cyborg Uno, encargado de realizar el seguimiento de su proceso, y de atenderlo en todo lo que sea necesario. Ahora acompáñeme, por favor. Lo estábamos esperando y tenemos todo preparado para hacerle las pruebas necesarias, indoloras por supuesto, y obtener en pocos minutos el diagnóstico exacto necesario para preparar el tratamiento más eficaz con qué solucionar sus problemas.

Tras recorrer un breve pasillo, iluminado por una luz tenue, llegaron a un amplio espacio de colores claros y orden y limpieza impolutas, donde una música relajante invitaba al sosiego y el descanso. En el centro de la sala había una amplia y confortable camilla muy similar a una butaca Business Class de la más lujosa aerolínea , y a los pies de la misma una sofisticada máquina.

—Permítame que le informe, Sr. Apilánez. A continuación otro compañero cyborg, por un sistema de ósmosis transdérmica que no requiere pinchazo, le analizará todos los parámetros constituyentes de su sangre, sin necesidad de extraérsela, y trasmitirá dicha información a nuestro ordenador central de algorítmos diagnósticos.

>>Después esa máquina que usted ve a sus pies, y que es un tomógrafo computorizado de emisión de positrones de última generación, obtendrá las imágenes, incluso a nivel molecular, de todo su organismo, y también trasmitirá esa información para complementar la anterior. Con todo ello, como le digo, en pocos minutos tendremos el diagnóstico exacto de la causa de su malestar, y si fuera necesario, nuestros algoritmos diseñarían el tratamiento más eficaz.

>>Ahora le voy a dejar en manos del compañero Cyborg Dos que le mencioné, pero no se preocupe que yo estoy recibiendo en todo momento información en tiempo real de su situación, y acabado el proceso diagnóstico, o antes si fuera necesario, volveré para acompañarle y darle todas las explicaciones que usted estime necesarias.

>>Además, allí arriba, tras aquel panel acristalado está nuestro equipo médico, como sabe el más cualificado del continente, que también tienen también información instantánea de todo lo que está ocurriendo y de la evolución de su proceso.

>>Por último, en el lateral derecho de su butaca-camilla tiene los mandos necesarios para graduar la intensidad de la luz así como de la música ambiente, y cambiar el canal de esta según el estilo que deseé.

Efectivamente Don Ramón dirigió la vista a uno de los laterales de la parte alta de la sala, y tras una diáfana cristalera se podía distinguir una sala con luz muy tenue, totalmente tapizada de amplias pantallas de datos, y ante las cuales cuatro personas prestaban toda su atención y de vez en cuando operaban digitalmente, siempre de espaldas a lo que estaba sucediendo en la sala donde se encontraba el paciente.

—Buenas tardes, Sr. Apilánez. Como probablemente le habrá especificado mi compañero soy Cyborg Dos, que estaré a su servicio en todo lo que se refiere a sus datos biométricos. Ahora le pegaré, sin la más mínima molestia para usted, este parche cutáneo y a través de él nuestro algorítmo integrará dichos datos.

Y dicho y hecho. Don Ramón no sintió la más mínima molestia cuando Cyborg Dos, con unas manos de una silicona tan suave y cálida como las de Cyborg Uno, adhirió a su piel un pequeño elemento del tamaño de algo que recordaba de su infancia, que denominaban sello de correos y se utilizaba cuando las comunicaciones se realizaban por el rudimentario método de los envíos postales.

No habrían pasado tres minutos cuando Cyborg Dos nuevamente le explicó:

—Voy a quitarle el transductor, también sin ninguna molestia, y a continuación la máquina que ve a sus pies y que mi compañero también le explicó, dará una pasada por encima de usted y así obtendremos la imagen completa de su organismo, a nivel incluso subatómico, lo que integrada con los datos ahora obtenidos permitirá a nuestro equipo médico realizar las reparaciones oportunas si fueran necesarias, que esperemos que no lo sean.

Una vez más las cosas sucedieron con la facilidad y suavidad que Cyborg Dos había predicho, tras lo cual se aproximó a él para manifestarle:

—Don Ramón, mi misión ha finalizado. Espero que haya estado a su satisfacción. Por mi parte ha sido un honor atenderlo. Pocas veces encontramos pacientes tan comprensivos como usted. Le dejo con esta música ambiental para facilitar su relajación, y recuerde que puede modificarla a su gusto. En pocos minutos mi compañero Cyborg Uno estará nuevamente con usted y le dará todas las explicaciones que precise.

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En aquel ambiente se encontraba relajado y tranquilo, y aunque su malestar general no había disminuido, confiaba en que con tan sofisticados instrumentos en poco tiempo estaría el tema solucionado. De todos modos algo le llamaba la atención, así que cuando Cyborg Uno volvió le preguntó:

—Amigo Cybor Uno, puedo denominarlo así, o debo hacerlo de otra manera?

—Por supuesto, D. Ramón, para mí es un honor que tenga la confianza de considerarme su amigo, esa es mi misión. En cualquier caso puede dirigirse a mí del modo que estime más conveniente.

—Entonces, amigo Cyborg Uno, hay una cosa que me llama la atención. Cual es el papel de los médicos? Parecen no hacernos caso.

—Sí, D. Ramón, sí nos hacen caso. Como le dije antes, ellos reciben en todo momento información instantánea de sus datos, y de las posibilidades diagnósticas y terapéuticas que los algoritmos plantean, y vigilan que este proceso funcione adecuadamente tanto en lo tecnológico como en la más correcta praxis médica.

—Entonces, si todo funciona tan exacta y controladamente, por qué se necesitan cuatro personas?

—Buena pregunta, D. Ramón. Ocurre como en eso que ustedes denominan música clásica. La formación perfecta es el cuarteto, pues en el caso, tan altamente improbable que se considera estadísticamente despreciable, algo se saliera de norma, es el número ideal para que la opinión o se imponga por una considerable mayoría de tres, o se vean impelidos a deliberar hasta llegar a un acuerdo. Como ve el sistema contempla todas las posibilidades, y eso a ustedes los humanos parece que les proporciona tranquilidad y confianza, que en definitiva es bienestar.

D. Ramón pensó para sí que era bueno que aún persistiese algún concepto basado en el mundo clásico, pero se abstuvo de manifestarlo por respeto a Cyborg Uno, que tan amablemente se comportaba con él y por el que comenzaba a sentir una cierta simpatía.

En estos pensamientos estaba cuando por la música ambiental sonó una suave melodía, que D. Ramón identificó como el Aria de la Suite nº 3, de Bach, y se congratuló de esta otra manifestación del mundo clásico.

Cyborg Uno se desplazó a uno de los laterales de la sala, el que quedaba debajo de la cristalera. Extrajo algo en un buzón de la pared, y a continuación volvió junto a D. Ramón con un amplio dossier.

—Bueno, D. Ramón, todo se ha desarrollado de acuerdo con lo esperado. Nuestro equipo ya tiene su diagnóstico y la propuesta de tratamiento, y el balance estadístico muestra que el pronóstico es bueno en un noventa y nueva por ciento, es decir en su totalidad.

>>En este dossier tiene en primera página estos datos, y en páginas interiores todos los detalles del proceso que usted podrá leer para mayor información. En su lenguaje humano podemos decir que hemos tenido suerte. El diagnóstico principal es el de Tumor de San Peregrino…>>

—Eso de «tumor» me alarma, amigo Cyborg Uno.

—No, en absoluto, D. Ramón -respondió Cybor adaptando su voz al tono más suave, convincente y empático de su amplio repertorio. Se trata de un proceso de autocuración. Se comenzaba a desarrollar un tumor en uno de sus riñones. Por fortuna una infección en el mismo ha desencadenado una respuesta inmune intensa y el tumor ya está disminuyendo y en pocos días desaparecerá.

>>Como ve, ciertamente podemos hablar de buena suerte. La única consecuencia es que tendrá que quedar ingresado en el Centro hasta controlar la infección con los antibióticos que el algoritmo nos indica como eficaces al cien por cien y posteriormente que nuestro equipo certifique la desaparición del tumor. A partir de ahí, como ustedes dicen, asunto concluido.

—Gracias, Cyborg Uno, me tranquilizas, confío en tí. Estoy cogiéndote simpatía, ¿sabes?. Eres muy amable.

—Gracias, D. Ramón. Es para mí un honor, aunque no tiene ningún mérito, para eso estoy programado, y lo que le cuento son datos objetivos.

>>Bueno, dentro de unos minutos, otros dos compañeros Cyborg los trasladarán a su habitación. Yo estaré en todo momento informado de su situación, y pasaré periódicamente a saludarlo, pero si en cualquier momento precisa algo no tiene más que llamarme en voz alta. Los sensores de control que tiene instalados remitirán su demanda a los míos y yo acudiré.

Efectivamente no habían transcurrido aún cinco minutos cuando otros dos Cyborg, igual de antropomorfos y amables que los anteriores condujeron con toda suavidad a D. Ramón hacía su habitación. Esta en nada recordaba a una estancia hospitalaria sino que parecía una lujosa habitación premium en un hotel de cinco estrellas dedicado al relax.

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Amplia, luminosa, continuando con la música ambiental suave y con ventanales que remitían a un tupido y sugerente jardín, sus paredes en tonos pastel y verde claros que concertaban con el mobiliario y todo el ajuar de la misma, la dotaban de un ambiente cálido y acogedor. Estaba además equipada con todo el utillaje tecnológico (amplia televisión plana, ordenador, tableta electrónica, teléfono) que un empresario moderno puede requerir para realizar su trabajo o gozar de un ocio relajado.

Una vez instalado en semejante ambiente D. Ramón, y tras el ajetreo de sus últimas horas, se dejó acoger por una sensación de placidez que lo sumió en un reparador sueño.

Al día siguiente despertó con sensación de mejoría y bienestar. Un completo y saludable desayuno fue el complemento perfecto. El día transcurrió con gran satisfacción. Al fin y al cabo parecía que su salud se recuperaba. Cyborg Uno así se lo confirmaba al darle los partes periódicos de los informes emitidos por el algoritmo y ratificados por el cuadro médico. Además allí tenía todo lo necesario para disfrutar de un descanso que sin duda se merecía.

Así pasaron otros dos días completos, pero en la media tarde del tercer día D. Ramón comenzó a sentir una sensación de disconfort que, aunque más suavemente le recordó a la sintomatología de su enfermedad, y eso le produjo gran ansiedad.

—¿Qué me está pasando, Cyborg? -comentó, dejando traslucir su inquietud.

—No creo que sea nada grave, D. Ramón -recurriendo una vez más al tono más tranquilizador y empático de su repertorio. No ha saltado ninguna alarma, pero no obstante el próximo informe del algoritmo nos lo aclarará.

Pero no sucedió así. El informe del algoritmo no era el que se esperaba y deseaba. Textualmente decía:

—Las constantes vitales, los datos hemáticos y bioquímicos y las exploraciones electrocardiográficas y de imagen permanecen estables y dentro de los límites correctos. No obstante en el epígrafe referido a síntomas y signos aparece un warning con una simbología que en el momento actual no se puede identificar. Reiniciaremos el algoritmo para su traducción. Permanezcan a la espera.

El equipo médico no se alteró. Aunque esto no tenía por qué suceder y no les había ocurrido nunca hasta entonces, como clínicos muy bien formados y experimentados que eran, sabían que en medicina las cosas no se pueden asegurar al ciento por ciento, así que esperaron a que el sistema reiniciase los algoritmos.

Más el mensaje fue el mismo, y cuando una tercera vez se reiteró, el equipo medico consideró que había llegado la hora de intervenir. A todas estas, D. Ramón permanecía estable dentro de su disconfort, y su estado de ánimo oscilaba entre la inquietud por la incertidumbre y la confianza en el sistema.

—¿Qué mensaje es ese que genera el warning? —preguntó al sistema el Responsable Uno del equipo médico— ¿Y por qué no se puede identificar? ¿Y en todo caso, cual es el estado general del paciente?

El nuevo informe emitido por el sistema decía: Contestando por orden a las cuestiones planteadas: Primero: El mensaje es: κρύο στην ψυχήSegundo: Tal grafía pertenece a una lengua muy antigua, que se pierde en la noche de los tiemposse considera lengua muerta y prácticamente nadie en el mundo la habla en la actualidad. Tercero: En el item referente al pronóstico el dictamen es : Estable pero con posibilidades de empeorar.

En este punto Responsable Uno decidió que habría que razonar al margen del sistema, y manteniendo la serenidad que su profesionalidad exigía. Así se lo transmitió a los otros tres componentes del equipo, al tiempo que les comentaba:

—Estimados colegas, les voy a proponer algo que a priori podría sorprenderles, pero les ruego lo consideren. Llegados a este punto y sin que los algoritmos nos aporten ninguna solución, si les parece bien podemos intentar saber la opinión de Marcelino. Es lo suficientemente viejo para haber oido muchas historias antiguas y además es persona que siempre sorprende por sus curiosidades y habilidades. En definitiva no perdemos nada por conocer su opinión.

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Marcelino era una persona que estaba allí desde siempre. De hecho cuando se derribó el antiguo hospital para aprovechar el solar y construir el TCH, Marcelino, que ya era muy mayor, pertenecía al equipo de mantenimiento. No se le conocía domicilio fijo ni familiar, y un poco por pena se decidió mantenerlo en la nueva institución. Callado, discreto, siempre sonriente y amable, permanecía la mayor parte del tiempo en los talleres, realizando pequeños arreglos manuales y encargándose del mantenimiento básico. Nadie conocía su formación o si tenía o no titulación alguna, pero la verdad es que era sumamente habilidosa en sus tareas. Incluso en ocasiones alguno de los Cyborgs se dirigía a él para que les ajustase alguna de sus piezas.

Cuando le solicitaron que acudiera a la sala de pantallas lo hizo con su sonrisa y discreción habituales.

—Marcelino, por favor, queremos pedirle una opinión. ¿Usted sabría decirnos algo a cerca de este extraño mensaje que nos indica el algoritmo? ¿Qué es? ¿Qué podría significar? Por supuesto si no puede o no sabe, no se preocupe, comprendemos que lo que le planteamos puede ser difícil y que, por supuesto, no es su cometido.

—Muchas gracia por su confianza, doctor —asintió el bueno de Marcelino. Y no se preocupe, es algo fácil para mí.

En este punto los cuatro miembros del equipo médico se miraron entre sí con cara de estupor pero de alegría.

—Por favor, Marcelino, explíquese, es algo que puede ser muy importante para nosotros y sobre todo para el paciente.

—Pues miren, ese mensaje es una frase en un idioma que yo estudié en mi ya lejana juventud, y en el que todavía hoy leo algún viejo libro. Ese idioma se llama griego, y la frase en cuestión significa frío en el alma. No sé si eso será suficiente para ustedes, pero es cuanto yo puedo decirles.

Los miembros del equipo volvieron a mirarse nuevamente al tiempo que sentían la satisfacción de que una posible solución se podía vislumbrar para el caso de D. Ramón.

—Gracias, Marcelino, gracias. Le aseguramos que ha hecho usted una gran tarea, que ha de ser motivo de consideración y recompensa. Cuando quiera puede retornar a sus tareas, y le prometemos que le mantendremos informado de los resultados de su importante aportación.

—De nada, doctor, siempre es una satisfacción ayudar, máxime cuando es en beneficio de un paciente, y además también para mí es una satisfacción personal, y con ello ya tengo una gran recompensa, poner en práctica algo que en mis tiempos llamaban humanidades, y saber que sí siguen teniendo una importante utilidad para los seres humanos.

Una vez Marcelino se hubo marchado, Responsable Uno convoco al equipo a sesión clínica:

—Como ustedes ven este es un caso del todo inusual —expresó—. De hecho es la primera vez que nos enfrentamos a un problema que supera todos nuestros protocolos, y es evidente que estamos en punto muerto. Pero, por supuesto, como siempre debemos mantener la serenidad y constancia, y para ello debemos hacer un stop, borrón y cuenta nueva, y comenzar a considerar el caso desde un principio, desde cero. Y dado que nuestro algoritmo reiteradamente se bloquea, y el único dato que tenemos es el de un extraño diagnóstico en una lengua denominada clásica, propongo que también retornemos a los métodos clásico, a la vieja semiología clínica, y en este sentido creo que corresponde a nuestra Residente de Primer Año (R1), la Dra. Adela Pérez comenzar realizando una detallada historia clínica.

—Gracias, doctor. Es para mí un honor —replicó esta, emocionada.

—Pues ya puede bajar a la cama del paciente y comenzar su tarea. Esté tranquila y aplique sus conocimientos al respecto. Sé que hará una muy buena tarea.

Cuando la Dra. Pérez llegó a la altura de la cama del paciente, este dormitaba con aspecto levemente inquieto. Ella puso su mano sobre el dorso de la muñeca de D. Ramón al tiempo que con voz suave pero firme le comentaba:

—Buenas tardes, D. Ramón. Lamento molestarlo. Me presento, soy la Dra. Pérez, y en este momento soy la responsable de realizar su historia clínica en busca de los datos que seguro que nos permitirán solucionar sus problemas.

Al percibir el tacto de aquella mano Apilánez experimentó una sensación nueva que no había experimentado en el tiempo de su ingreso. El tacto era suave, también el de los Cyborg lo eran, pero este tenía una suavidad distinta, especial, y transmitía un calor que le penetraba y llegaba directamente al centro de su malestar.

A continuación Adela instintivamente se sentó en la cama del paciente. Cuando fue consciente de ello, exclamo:

—Perdón, D. Ramón, si le molesto o incomodo, me retiro.

—No, por Dios, hija, y perdona que te llame así, que por edad podrías realmente serlo, y por ello si no te incomoda a tí, te tutearé. Mira, te diré que tu gesto me ha traído entrañables recuerdos de la infancia. En aquel entonces, en mi pequeño pueblo de nacimiento teníamos un médico de atención primaria (de cabecera, se decía) que se llamaba D. José. Pues bien, cada vez que alguien de mi familiar estaba enfermo y D. José acudía a visitarlo en nuestra casa, siempre se sentaba en la cama del paciente, y eso nos daba una sensación de cercanía que también formaba parte del tratamiento.

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Posteriormente, a medida que la Dra. Pérez le iba preguntando por sus antecedentes y la evolución de su sintomatología D. Ramón se iba relajando con el tono su voz y, aunque le parecía increíble, iba notando una sensación de bienestar y mejoría.

—Bueno, creo que con todo esto que me contó tenemos información muy valiosa para abordar su problema. Ahora permítame que le realice una exploración física. Si en algún punto le duele, o simplemente le incomoda, por favor, dígamelo.

La Dra. Pérez fue minuciosa en su exploración. Con suavidad, pero una vez más con firmeza, inspeccionó, palpó, percutió y auscultó a lo largo de todo el físico de D. Ramón. Una vez acabada esta, dijo:

—Con todo esto yo ya tengo formada una opinión del origen de su malestar, pero antes de explicársela debo compartir todos los datos con mis compañeros de equipo. Cuando lleguemos a una impresión común, se la comunicaré, y le daré todas las explicaciones que sean necesarias. De momento, ¿quiere contarme o preguntarme algo más?, ¿hay algo que le inquiete especialmente?, ¿quiere que le explique algo en concreto?

—No, hija, no. Muchísimas gracias. Estoy muy tranquilo en vuestras manos. Sé que llegareis al origen y solucionaréis mi malestar. Unicamente como curiosidad, ¿ahora siempre escribís en la tablet? ¿Ya no utilizáis nunca papel y lápiz?

—Ya nunca, D. Ramón. Este método tiene muchas ventajas. A parte de ser más cómodo y ahorrar mucho papel, permite que los datos se inscriban en tiempo real en el sistema, y que este pueda permitir a sus algoritmos trabajar con ellos de forma instantánea —replicó Adela, con un deje de juvenil orgullo.

—Ya, eso si —admitió D. Ramón. Pero, ¿y si un día el sistema se cae, como yo digo en broma, si se marcha la luz? Podrían perderse los datos, y además la intimidad queda muy en entredicho, pues cualquiera puede tener acceso al sistema, ¿no?

—No se preocupe, D. Ramón. Eso nunca sucederá, además siempre hay establecidos protocolos de seguridad. Y en todo caso, tengo oido que en los tiempos del papel, en los servicios de archivos hospitalarios con sus grandes estanterías física también desaparecían historias.

—Tienes razón, hija, todo eso es cierto. No hagas caso a este viejo maniático y nostálgico. Los tiempos cambian y traen grandes ventajas que no se deben desdeñar. Anda, convence a tus compañeros de tus teorías que seguro son las ciertas y curadme para que me pueda volver a mis asuntos.

—Gracias, D. Ramón. Y ahora, descanse —dijo Adela a modo de despedida y apoyando nuevamente su mano en el dorso de la del paciente, en un gesto que tenía también algo de caricia. Aquel paciente tan sereno y tan correcto, que por edad podría ser su padre, despertaba en ella una especie de ternura especial, lo que pensaba que en absoluto estaba reñido con el buen ejercicio del arte médico, sino todo lo contrario.

Cuando posteriormente expuso sus impresiones a sus compañeros estos estuvieron plenamente de acuerdo con las mismas, así que Responsable Uno dijo:

—Dra. Pérez, le corresponde a usted transmitir las debidas explicaciones al paciente, así que la acompañaré para tal tarea.

Y llegados a la cama del enfermo le comentó:

—Sr. Apilánez, la Dra. Pérez, tras realizar su historia clínica y la exploración que le ha realizado nos ha esbozado su opinión clínica, que todo el equipo suscribimos al 100 %, así que yo no tengo más que añadir salvo que manifestarle que ha tenido gran suerte al contar con su sagacidad profesional. Por tanto, me retiro para que ella le explique todos los pormenores de su proceso, alguno de ellos francamente curioso y muy aleccionador para todos nosotros. También he de agradecerle la confianza y paciencia que ha depositado en nosotros y le aseguro que a partir de ahora su mejoría será continua.

—Muchas gracias, Dr. —dijo Adela, sinceramente emocionada.

Cuando Responsable Uno se disponía a marchar, D. Ramón dijo:

—Doctor, un momento. También yo quiero expresarle mi admiración por todo lo referente a su Centro Hospitalario, su nivel tecnológico y su organización. Sé que estoy en las mejores manos posibles y, por supuesto, no se aún lo que me va a explicar la Dra. Pérez, pero estoy convencido, y quiero dejar constancia de ello, que el trato humano que me regaló fue el comienzo de mi esperanza y por tanto el mayor apoyo para mi curación.

—Así es, D.Ramón, así es —exclamó Responsable Uno. Y ahora los dejo para que ella le explique.

Tras unos segundos de emocionado silencio Adela relató a D. Ramón todo lo sucedido desde el primer momento en que el algoritmo del sistema comenzaba a detectar anomalías en su evolución y se bloqueaba con diagnósticos incomprensibles para él y para todo el equipo. Le relató también la aparición en escena de Marcelino y su actitud clave para la comprensión del misterio tecnológico que planteaba el caso, y finalmente le explicó que tras la minuciosa exploración física y el hecho de que los parámetros físicos, tanto analíticos como radiológicos fueran totalmente normales, les llevaba al convencimiento de que su estado era producido por una reacción psicosomática, producto de un síndrome disadaptativo entre el entramado cultural de su personalidad y la excesiva tecnologización del entorno, produciéndole un alto nivel de angustia.

—De hecho, nada más concluir la exploración física el sistema comenzó a comunicarnos que detectaba una mejoría, y que eliminaba el warning diagnóstico previamente emitido —relató Adela. Pero, quiero insistir, D. Ramón, en que la clave para la solución de todo este embrollo nos lo dio Marcelino con su conocimiento de las raíces históricas del asunto, y del que todos hemos aprendido mucho, una lección muy importante que no olvidaremos.

—Mira, Adela, te aseguro que desde el primer instante en que te acercaste a mi cama, y supe que iba a ser tratado por un ser humano con quien podía hablar y contrastar opiniones y sentimientos, comencé a sentirme cada vez mejor. Y eso sea dicho con toda la admiración y respeto a los Cyborg y los múltiples sistemas tecnológicos. Todo es necesario y todo ayuda, por supuesto, pero el paciente, como ser humano, además de ello, necesita sentir esperanza y eso es algo que solo se encuentra en la relación de confianza mutua con otro ser humano, eso que vosotros llamáis desde siempre la relación médico-paciente.

>>Por último, Adela, a parte de expresarte mi gratitud que será eterna, quisiera pedirte un favor, si fuese posible.

—Usted, dirá, D. Ramón.

—Quisiera conocer a Marcelino, y expresarle a él también mi gratitud.

—Por supuesto, D. Ramón. De hecho yo iba a pedirle a usted permiso para propiciar esa entrevista.

Así fue que al cabo de unos minutos Marcelino se aproximó al borde de la cama de D. Ramón. Este no pudo evitar el instinto de levantarse y fundirse en un emocionado abrazo con el primero. Después estuvieron charlando un largo rato, contándose sus vidas, que tenían muchos puntos en común, puesto que ambos habían recibido el mismo tipo de educación, incluyendo aquellas antiguas asignaturas que llamaban humanidades.

Tras la visita de Marcelino el algoritmo reportó un nuevo incremento en la mejoría del paciente, hasta llegar al rango de curación.

P.S.: Me cuenta la Dra. Pérez, cuando coincido con ella en algún congreso médico, que el Sr. Apilánez continúa acudiendo con una cierta frecuencia al TCH y, a parte de llevarle un ramo de flores para ella y una caja de bombones para el resto del equipo, saluda a los Cyborg y busca a Marcelino. Después ambos salen a tomar café en una terraza cercana, y le consta que pasan largos ratos hablando de literatura, música y otras amenidades similares.

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