miércoles, 31 de agosto de 2022

Un mes, un libro (VIII): Opus nigrum

La historia es tozuda y el afán en olvidarla va parejo con su insistencia en reaparecer

(Joan Santacana)

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Dice mi amigo, y yo le creo a pies juntillas pues no en vano es una de las personas más cultas que he conocido, que Marguerite Yourcenar es una de las literatas más importantes que ha dado el pasado siglo XX. Y con razón que lo ha de ser dado que figura como la primera mujer en alcanzar el olimpo de los inmortales (Academia Francesa), con el mérito añadido de ser belga de nacimiento, y uno de los poquísimos autores cuyas obras se publican en vida en la colección de lujo de La Pléiade.

Pero además de sus muchos e indiscutibles méritos literarios (novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora) su apasionante biografía y personalidad bien pudieran hacerla merecedora de ser uno de sus propios personajes. Huérfana de madre desde prácticamente el mismo momento de su nacimiento, en su infancia y juventud no fue a ninguna escuela ni centro docente, siendo siempre educada por su padre, Michel-René Clenewerck de Crayencour, personaje singular, de origen aristocrático, y ocasionalmente apoyada esta educación con preceptores particulares específicos.

Su padre, inconformista y de vida errante por toda Europa en los lugares preferidos por la aristocracia de la época, se hacía acompañar en sus viajes por Marguerite (Montecarlo, Italia, Montreux o Lausana). Además tenía aficiones literarias e introdujo a su hija desde muy joven en las obras de los mejores escritores europeos de la época como Flaubert, Maeterlinck o Rilke y en los clásicos como Virgilio, Aristófanes o Racine, algunos de los cuales leía ya  a la edad de ocho años. También le enseñó latín a los 10 años y griego clásico a los 12, y cuando Marguerite muestra sus inclinaciones hacia la escritura se las alienta de manera firme.

Con tales circunstancias no es de extrañar que nuestra autora fuera una persona culta, con gran pasión por la antigüedad greco-latina y por los viajes como expresión de libertad y adquisición de conocimientos, pero es ese aspecto, la libertad, el rasgo más característico que su padre le transmitió como forma de afrontar la vida. Tampoco es de extrañar que, como se desprende de sus memorias, Marguerite hiciera de él un héroe que se opone a las tradiciones rígidas. ¿No estaría pensando en él cuando construye el personaje de Zenón, alguien que, según ella misma manifiesta, hace tabla rasa total de las ideas y prejuicios de su siglo para ver después donde lo conduce libremente su pensamiento, alguien capaz de entender la libertad hasta el punto de permitirle decidir el modo y manera de su muerte, despreciando toda intolerancia o prejuicio institucional?

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Más si apasionante es su personalidad tanto o más apasionante es su literatura. Su primera novela aceptada por ella como digna de figurar en sus obras completas fue publicada a sus veintiséis años, y desde entonces no menos de veintiséis publicaciones de distintos géneros, cuyo análisis no es el objeto de esta breve reseña. Pero no podemos pasarlas por alto sin mencionar Memorias de Adriano donde se relata en primera persona la vida del emperador romano Adriano, a modo de carta a su nieto y sucesor Marco Aurelio. Escrita entre diciembre de 1948 y diciembre de 1950, en un principio se editó por entregas en la revista francesa La Table Ronde. La novela completa fue publicada por la editorial Plon en 1951.​ El libro tuvo un éxito inmediato y fue reeditado con muchas traducciones. En español destaca la realizada por Julio Cortázar, y alcanzó gran éxito a nivel popular cuando en 1982 el recién elegido Presidente del Gobierno de España, Felipe González, en una entrevista televisiva manifestó que lo tenía por su libro de cabecera. En Colombia, por ejemplo, también se convirtió en el libro más leído tras Cien años de soledad gracias a manifestaciones similares del Presidente Belisario Betancur, aunque en este caso fue él mismo el traductor de la obra del francés, incluso tres años antes de la citada de Cortázar.

Memorias de Adriano es considerada en todos los comentarios como una gran novela histórica, concepto que da pie a múltiples disquisiciones. Lo que es cierto es que si bien está enmarcada en una época histórica concreta y por su escenario desfilan acontecimientos y personajes de dicha época, no se trata de una novela histórica al uso donde se relatan fechas y datos de dichos acontecimientos. La Historia que propugna Yourcenar es un motivo para reflexionar sobre las diferentes fases de la condición humana a través de la generaciones que nos precedieron. Presenta a Adriano como un ilustrado que reflexiona como podría hacerlo un gobernante del siglo XX, quizás por ello los comentarios presidenciales antes citados. Es un retorno al pasado para reflexionar sobre el presente, reflexiones por cierto bastante pesimistas, aunque Yourcenar trata de poner su granito de arena para evitar esa tendencia hacia el desastre.

Ese mismo esquema es el utilizado en Opus nigrum, calificada también de novela histórica. Con ella obtuvo el Prix Fémina, uno de los grandes galardones literarios franceses junto con el Goncourt.

Comenzada su escritura en 1934 (otras fuentes incluso señalan 1921) en un relato titulado A la manera de Durero, que formaba parte de un libro titulado La muerte lleva la carreta, tras múltiples reelaboraciones concluyó su redacción en 1965 y publicada en 1968.

En este caso el personaje central, a diferencia de Memorias de Adriano, no es real sino ficticio. Médico, alquimista y filósofo del siglo XVI, es una síntesis de muchas de las ideas de Erasmo, Pico de la Mirándola, Paracelso, Campanella o Leonardo de Vinci. Su vida relatada en la obra es un viaje físico y espiritual, viajero empedernido como la propia Yourcenar, que consideran el viaje como aprendizaje.

La acción transcurre en  Flandes donde nos relata la prosperidad de su burguesía, las luchas entre las tropas de ocupación españolas y los nacionalistas independentistas, y las especulaciones económicas relacionadas con ellas. También aborda las novedades técnicas, preludio del maquinismo industrial del XIX, con las repercusiones sociales que implican y las pugnas religiosas originadas a partir del Concilio de Trento y la Reforma Protestante, con toda la carga de intolerancia y de violencia en los castigos de la Inquisición. En este escenario se asiste a la evolución interior y exterior del protagonista, desde su juventud hasta su vejez y su muerte por suicidio en la cárcel de la ciudad de Brujas.

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Una vez más Marguerite Yourcenar entiende su novela, Opus nigrum como una especie de espejo que “condensa la condición del hombre a través de esa serie de acontecimientos que llamamos historia”, y reflexione sobre los hechos que en ella ocurren en comparación con los hechos ocurridos en 1914 y entre 1930-1950, repasando las dos guerras mundiales, Hiroshima, la invasión de Hungría por los soviéticos, Argelia, para concluir que “la dignidad del hombre consiste en resistir al desastre”.

Así mismo, como en Yourcenar, la característica fundamental del personaje es su ansia de libertad y a partir de ella crear un modelo de vida. Su humanismo supera las propias barreras cronológicas, y siempre deseoso de conocimientos que le den la clave para superar las angustias de la humanidad, aún no resueltas en nuestra actualidad. Una vez más Yourcenar acude a la Historia para hablar del presente, es por ello que en la obra hay muchas historias dentro de la historia argumental.

En cuanto a lo literario toda esta densidad conceptual y de referencias culturales se combina tan sabiamente con una prosa bellísima de modo que en absoluto se hace difícil su lectura sino que se convierte en un auténtico deleite en el que, a mayor abundamiento, el ritmo no decrece en ningún momento, aumentando siempre el interés por el capítulo siguiente.

Dicho esto confirmo plenamente, como no podía ser de otra manera, la opinión de mi amigo, y en justa correspondencia recomiendo encarecidamente el libro al resto de amigos que aún no lo conozcan, si es que hay alguno.

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