jueves, 14 de octubre de 2021

Los planos de la vida

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Amaneció muy temprano como cada día para Roberto Laplace. Desde sus tiempos de CEO en aquella multinacional financiera había adquirido la costumbre de levantarse antes de la salida del sol.

Le gustaba llegar muy temprano a su despacho, incluso cuando aún no había nadie en el edificio.

Echaba un vistazo de apenas unos segundos a la foto fija de los rascacielos del barrio financiero que ofrecía el amplio ventanal de su despacho, y después dándole la espalda se enfrascaba en la preparación de la agenda del día.

Le esperaban en una jornada de trabajo que no acabaría hasta avanzada la noche, sin dejarle tiempo más que para llegar a su casa y sumirse en un sueño que aunque no fuese reparador le permitiría recargar las pilas para el día siguiente.

La minuciosidad, el no escatimar horas al trabajo y una actitud que huía de todo sentimentalismo y que le hacía desconfiar siempre de las estrategias de sus competidores le habían llevado al éxito y al puesto que ocupaba. Sabía que muchos de sus adversarios, e incluso alguno de sus empleados, aseguraban que era frío y en ocasiones despiadado. Pero en fin, él no había diseñado las normas del mundo en el que se tenía que mover.

Sin embargo ahora todo era distinto. Había conocido el lujo de no tener prisa. Podía pasear por el borde de la playa durante todo el tiempo que quisiese, sentarse a disfrutar de la brisa y del sonido de las olas. Cuando escuchó en la radio de un bar aquella música de Debussy descubrió que la belleza podía estar en algo inmaterial, e incluso simplemente con ella sentirse feliz.

También había podido descubrir algo con lo que no contaba: el placer de la lectura. No sin cierta ironía se repetía que tanto placer y lujo se le acumulaban. Como quiera que fuese, desde que descubrió abandonado en un banco del paseo marítimo un ejemplar del Cántico espiritual lo tenía como un tesoro. Se pasaba las horas muertas sentando cara al mar leyendo y releyéndolo. Parecía que le hablaba directamente, que el autor lo había escrito pensando únicamente en él y en cada nueva relectura descubría aspectos en los que no había reparado anteriormente. No importa que solo tuviese ese libro, con él era suficiente.

Qué felicidad, que plenitud sentía!  Cómo no lo habría hecho durante su vida laboral?. Por qué había tardado tanto en descubrirlo?

El día declinaba, desde la playa la línea del horizonte iba haciéndose más nítida, y matices de azules y grises se iban alternando con rojizos que el sol en su ocaso iba modulando. Ah, la belleza gratuita de los colores del anochecer!

Llegaba la hora de retirarse, con paso relajado se dirigió al espacio del cajero automático donde pasaría la noche. Al llegar alisó los cartones que le servirían de lecho, y extendió la vieja manta a la que tanto cariño tenía y le serviría de abrigo (afortunadamente el clima de aquella ciudad levantina era muy benigno y no necesitaba mucho más). La mochila sería la almohada y al lado su precioso tesoro, el libro que tanta sabiduría le comunicaba.

Sabía que antes de dormirse, durante un breve espacio de tiempo inevitablemente los fantasmas de los recuerdos le asaltarían. Recordaría como llegó de forma tempestuosa una crisis económica totalmente imprevisible. Como la multinacional mostró sus pies de barro y tuvo que hacer una severa reestructuración que se llevó por delante al 80 % de la plantilla. Como su adjunto, en un momento de debilidad inexplicable por su parte, se las ingenió para hacerle responsable de todas las decisiones fallidas, y hacerse con su cargo. Recordaría también como tuvo que ir vendiendo todos sus bienes y sus ahorros se fueron consumiendo poco a poco hasta verse en la presente situación, sin hogar y teniendo que alimentarse en un comedor social.

Todos esos pensamientos se repetirían, pero él entonces se agarraba a esa capacidad de razonamiento que tantos éxitos le había dado, y los alejaría. De cualquier modo el pasado, pasado es y además no se puede dar marcha atrás. Ahora tenía lo que tenía, y con ello estaba más que satisfecho.

El día siguiente, si llegaba, sería un nuevo regalo del destino, volvería un nuevo amanecer, la belleza del sol y del mar volverían a estar ahí para él, de forma gratuita, y su preciado libro le seguiría regalando sabiduría y … soledad sonora.

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