miércoles, 24 de mayo de 2023

PARVULARIO (III): AMISTAD.


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A Ana B.


Si mis queridos lectores tienen la paciencia de continuar leyendo mis ejercicio en el Taller de Escritura, aquí les muestro el último.

En esta ocasión nuestra entrañable profesora nos pidió que, escogiendo como base una de las palabras del diccionario particular comentado en el primer ejercicio, escribiésemos un pequeño relato.

Yo escogí la palabra «amistad» y a continuación expongo dicho relato:

Cada vez que Alberto tenía que pasar por aquel barrio o sus inmediaciones indefectiblemente se acercaba al pequeño y entrañable café. Incluso en muchas ocasiones lo hacía sin causa ni pretexto algunos.

Nada más verlo entrar, el camarero, sin preguntarle siquiera, le servía siempre en aquella misma mesa su habitual café solo, corto y concentrado, acompañado de un vaso de agua sin hielo.

Alberto le daba las gracias con el mayor afecto y se ensimismaba en sus pensamientos, también siempre los mismos.

-¡Qué de vueltas da la vida, y como influyen las casualidades! -se decía. y a continuación gustaba de rememorar aquel ya lejano anochecer de noviembre.

Sonaban las ocho en las campanas del Ayuntamiento mientras que la noche ya se había recostado sobre la ciudad. Las luces de los escaparates se iban apagando, las calles se iban quedando vacías y silenciosas y una pertinaz brisecilla iba enfriando aún más el triste entorno.

Alberto, como cada día, había abandonado muy de mañana su inhóspita pensión, había paseado, paseado y paseado sin ningún rumbo fijo. Y tras releer en el centro social municipal una prensa que por cierto no le interesaba en absoluto, se refugió en el comedor social donde, gracias a las monjas, al menos podía mantener una alimentación elemental, pero suficiente y saludable.

Y después, vuelta a pasear hasta que, también como cada día, abrieran las puertas para la jornada de tarde en el museo provincial. Prácticamente se lo sabía de memoria, e incluso, llevado por su curiosidad, comenzaba a pergeñar una cierta culturilla plástica con la que según su estado de ánimo, malo o peor, prefería revisitar unas escuelas y unos estilos u otros. Lo que siempre le molestaba eran los retratos de los reyes, cardenales o demás jerarcas sociales. Si embargo aquel “Después de la huelga”, de un tal José Uría, aunque le entristecía al mismo tiempo le emocionaba, o aquel otro titulado Filandón, de un tal Luis Álvarez Catalá, que siempre era capaz de despertarle una sonrisa nostálgica. Esos dos cuadros formaban parte fija de sus sempiternos paseos museísticos.

Posteriormente, si había alguna actividad cultural en el museo (charla, proyección, concierto, etc.) se quedaba con el solo objetivo de retrasar la vuelta a la inhóspita pensión.

Pero aquel anochecer de noviembre no había ninguna de esas actividades, por lo que pronto se cerrarían las puertas de la entidad, y a él no le quedaba más remedio que volver a la calle oscura y fría.

La situación económica de Alberto era bastante perentoria. Sus escasos ahorros disminuían a una alarmante velocidad, ya a duras penas podía pagar el coste de la inhóspita pensión, y los otros gastos más imprescindibles, como artículos de higiene o la mínima vestimenta y calzado tenía que sufragarlos gracias a la ayuda de alguna asociación caritativa, así que no se podía permitir el más mínimo dispendio.

Sin embargo aquel día su ánimo estaba aún más bajo que de costumbre por lo que decidió, quizás también empujado por el frío del ambiente, que bien se merecía regalarse un mínimo lujo, aunque fuera en forma de un café solo, corto y concentrado como los que gustaba de tomar varias veces al día allá en sus tiempos de bonanza, aquellos que ya no recordaba y que parecían estar sepultados en lo más hondo de la caverna de Platón.

Sin pensarlo intencionadamente, como por casualidad, sus erráticos pasos lo habían conducido a la altura de la entrada de aquel pequeño café, de aspecto entrañable, así que decidió entrar.

Y al traspasar la puerta sucedió el milagro.

Ya sabía que la mayoría de las personas, por no decir todas a quienes les contase lo acaecido le dirían que era fruto de la casualidad, pero él a día de hoy aún sigue pensando que fue un milagro.

Nada más entrar se percató de que efectivamente era un lugar de ambiente íntimo y cordial. El frío claramente se quedaba en el exterior. El interior estaba ocupado por tres mesas y una pequeña barra tras la cual el camarero se esmeraba en secar los vasos. Una suave iluminación y una agradable música de soft jazz generaban ese entorno acogedor.

Solo la mesa del fondo estaba ocupada, y cuando dirigió su vista hacia el allí su cara mostró el mismo asombro y estupefacción que la del ocupante de la misma. Ambos contuvieron la respiración durante unos segundos, pasados los cuales el cliente se levantó como un resorte y corrió hacía Alberto al que abrazó con intensidad. Así permanecieron un medio minuto hasta que el hombre de la mesa exclamó:

-¡Pero que maravillosa sorpresa, Alberto! ¿Qué es de tu vida? ¿Donde te metiste durante todo este tiempo? Cuando desapareciste estuve buscándote hasta de que me convencí de que era imposible dar contigo. Pero, ¡cuéntame, por favor!

Alberto aún tenía los ojos humedecidos y con voz a punto de quebrarse le contestó:

-Pablo, lo primero decirte que esta sorpresa es también para mí maravillosa, y lo segundo, pedirte perdón por mi espantada, pero es que mi vida se volvió muy negra, por lo que por tristeza y también por vergüenza quise apartarme de todo lo que significaba mi pasado.

Así, a continuación, Alberto le contó como en el momento que la vida más le sonreía, con un trabajo muy productivo que le permitía llevar un excelente ritmo de vida, y una familia estable, de pronto todo cambió. La crisis del 2008 le pegó de lleno y dio al traste con su empresa, tuvo que ir vendiendo todos sus activos hasta quedarse sin nada, el ambiente familiar comenzó a hacerse más tenso, con desavenencias cada vez más frecuentes hasta que se quebró definitivamente, y los denominados amigos comenzaron a disminuir hasta desaparecer.

-Total que, como en el tango ese que titulan «Cuando me hablan del destino», me vi arruinado y solo, y así estoy ahora, en el borde de la exclusión social. ¡ Quien me lo iba a decir a mí, con el ritmo de vida que llevaba y la seguridad que creía tener! Y ahora, ya ves, tratando de sobrevivir con los pocos ahorrillos que me quedan. Aunque bueno, tengo salud y todavía puedo pagarme un techo, inhóspito pero techo, así que tratemos de ver la poca luz que aún queda.

Y continuó:

-Pero, bueno, dejemos mis penas a un lado, gocemos de este maravilloso reencuentro, y cuéntame que es de tu vida.

Pablo no salía de su estupefacción por lo inesperado del encuentro y por el relato de Alberto. En pocos segundos mil ideas le bulleron en la cabeza, pero sobre todo se preguntaba como expresar lo que sentía sin aumentar aún más todo el dolor volcado por su amigo.

-Pues, ¿qué quieres que te diga? Mi vida es bastante anodina, aunque tranquila. Continué, como cuando nos conocimos, como funcionario de aquella empresa estatal hasta llegar a una ventajosa prejubilación. Desde entonces me dedico a pasear, escuchar mucha música y escribir relatos para mis nietos, y sobre toda a tratar de evitar sobresaltos, y en eso la vida es sumamente generosa conmigo. Como ves, nada especial.

Y continuó:

-Pero ahora que ya nos hemos puesto al día, quiero decirte muy seriamente dos cosas, y no quiero un no por respuesta. Antes de que nos vayamos a cenar y continuemos con nuestras conversaciones de antaño y para no volver a tocar más el tema, dime, primero, cuanto dinero necesitas para sobrevivir mínimamente, y segundo, escoge un día fijo de la semana, el que tú quieras, para comer en mí casa, que la soledad no es en absoluto buena consejera.

Alberto sabía de la sinceridad y la generosidad de su amigo, por eso sus ojos se humedecieron aún más y un nudo se puso en su garganta impidiéndole articular palabra. A duras penas pudo pedir su café, y tuvo que utilizar las dos manos para evitar que el temblor de la emoción le impidiera tomarlo.

Después Pablo insistió en que cenarían juntos en un bar próximo, que solo hablarían de tantos buenos recuerdos comunes como tenían, y que únicamente al final su amigo debía responderle a las dos preguntas que le había formulado.

Efectivamente la cena transcurrió agradablemente, lo que constituyó un auténtico bálsamo para Alberto y hasta consiguió que por algunos instantes la amargura desapareciera de su ánimo. Al finalizar, y ante la reiteración de Pablo, Alberto le expresó que aún tenía unas reservas, mínimas pero reservas, que le permitirían subsistir, y que de momento prefería continuar el mismo estilo de vida, sin que ello significase no admirar o despreciar la generosidad de su amigo, y como testimonio de ello sí le decía que escogía el miércoles para esas comidas familiares que le regalaba y que estaba seguro sería la mejor medicina para su malherido ánimo.

Y así fue. Todos los miércoles, puntualmente a las dos de la tarde, Alberto se presentaba en casa de su amigo donde era acogido con gran cariño y delicadeza. La charla de los temas cotidianos de los miembros de la familia le servían de saludable distracción, y posteriormente tras una prolongada sobremesa ambos amigos daban un largo paseo, como antaño, hasta bien entrada la tarde.

Cuando Alberto volvía, la pensión, como no podría ser de otra manera, continuaba igual de inhóspita, pero en su interior crecía una ilusión como hace tiempo que no sentía, y el horizonte de un próximo miércoles le daba fuerzas para el resto de la semana.

Pasó un tiempo, la fortuna quiso sonreírle en forma de otra persona que se cruzó en el camino de Alberto y un trabajo modesto pero suficiente para estabilizar su vida. Pero eso es otra historia.

Ahora Alberto estaba en su café, el de los dos amigos, y podía pagarse desahogadamente su solo corto y concentrado. y aunque su amigo ya no podía acompañarlo, pues su gran corazón había dicho basta de forma inesperada para todos, él siempre rendiría íntimo agradecimiento a quien le había enseñado el significado de una palabra hermosa: amistad.

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lunes, 1 de mayo de 2023

Parvulario (II): Palabras alocadas

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Amables lectores:

Sigo con la publicación de mis ejercicios en el Taller de Escritura. En esta ocasión la profesora nos propone "disparatar" y para ello nos sugiere dos opciones. La primera sería inventar palabras sin sentido y darles una imaginaria definición, y la segunda sería utilizar palabras ya existente en nuestra lengua y atribuirles definiciones irreales.

Yo elijo la primera opción, y el texto pergeñado es el siguiente:

PRESOMERANCIAS.- Conjunto de veinticuatro papiros encontrados en las excavaciones del denominado poblado de Antenon, no muy alejadas de las de Ítíca, y que descifrados por un programa de inteligencia artificial, contienen normas jurídicas y sanitarias, entre otras, del pueblo de los legerones.

LEGERONES.- Pueblo proveniente del extremo más oriental de Asia Central, y que encabezados por el rey Arfidegne II se establecieron en las costas de Asia Menor bañadas por el mar Egeo, unos cinco mil quinientos años antes de nuestra era, y a los que se atribuye un alto desarrollo cultural, con escritura propia y gran desarrollo tecnológico.

SIMILITRUNQUE.- Instrumento descrito en el papiro veintiuno de las Presomerancias, utilizado para el transporte de materiales de construcción y otros usos, y que hoy en día puede ser considerado el precursor del carretillo de mano.

A partir del año 3000 antes de nuestra era, y coincidiendo con el comienzo de la civilización cretense, desaparece toda mención o huella de los legerones, constituyendo uno más de los misterios insondables de la Historia.

P.D.: Certifico que todos los datos contenidos en este escrito son rigurosamente falsos.

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