domingo, 24 de diciembre de 2023

Desde la ventana

Estos días navideños solemos estar más sensibles, con los sentimientos, para bien o para mal, más a flor de piel.

Sin embargo la vida sigue empeñada en mandarnos mensajes a los que hemos de estar dispuestos a percibir.

En medio de esos mensajes he hecho estos dos descubrimientos que quiero compartir con mis pacientes lectores:

– https://youtu.be/FSZ1lFkzkKI?si=xyMnGZ_dxEd0IcSE

Pido perdón por la mala calidad de la edición del presente post, únicamente debida a mi impericia informática. Seguiré manteniendo entre mis deseos de nuevo año la realización de un curso de perfeccionamiento de wordpress.

Feliz Navidad, y que nunca olvidemos el sentido del acontecimiento que en tales fechas conmemoramos.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Parvulario: Cosas, gentes.

 

I

Cosas y gentes que deprimen

Acostumbro a dormirme con la radio y despertarme con la radio. En el primer caso lo hago sintonizando música, que me facilita conciliar el sueño. En el segundo caso, por la dudosa obligación cívica de estar mínimamente informado, sintonizo las noticias.

Es entonces cuando se cierne sobre mí un cúmulo de negros nubarrones que acaban concretándose en tormentas pletóricas de rayos y truenos, y que más invitan a refugiarse de modo permanente en la blanda tibieza del lecho que a cualquier otra cosa.

Pero bien sé que de nada serviría tal nihilista actitud. La realidad es la que es y es necesario abordarla y gestionarla del modo más humano posible. Es aquí donde me pregunto, entre otras cuestiones, que factores comunes encierran tal sinnúmero de calamidades, catástrofes, injusticias y desigualdades.

La realidad es compleja y variopinta por lo que son muchas las causas que conforman esas desgracias, pero hay una que a mí particularmente me desazona. Esa causa es el egoísmo.

Dice el DRAE que es un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Incluso hay quien lo convierte en su ética, y solo se preocupa de los demás en cuanto ello repercute en su beneficio propio.

El egoísta deviene en neoadanista y se erige en el centro del universo, nada ni nadie importan salvo él, nunca antes existió nada ni nadie digno de interés, y por supuesto no le debe nada a nadie. Todo lo que tiene se lo debe a su propio esfuerzo y a sus propios méritos. Los demás que se arreglen, que hagan como él, y si tienen necesidades, que se esfuercen aún más.

Y así nace y crece la desigualdad, factor principal generador de la sociedad fracasada, al tiempo que va forjando un mundo que se regula por la ley del más fuerte, que nos hace volver a la ley de la selva.

Pero ojo, porque tal planteamiento puede incluso justificar la violencia en muchas de sus formas, y llegados a este punto, ¿estamos seguros de ser nosotros los más fuertes?

II

Cosas que hacen latir deprisa el corazón

Si a la vida, eso que sucede mientras usted y yo hacemos planes, tuviéramos que buscarle un logotipo, probablemente la imagen más aproximada a la realidad sería la de un poliedro irregular, con sus caras diferentes, sus aristas y sus vértices. Todo ello nos lo muestra a un tiempo, en ocasiones con concavidades, en ocasiones con convexidades.

Pero también en ocasiones, esa vida paradójica y contradictoria, esa maestra rígida, que nos educa en la disciplina y el sacrificio, como dice el maestro Serrat, decide tomarse un café con nosotros, e incluso nos regala con esa galletita de cortesía, dulce, mantecosa, tan agradable al paladar. Y lo hace en forma de arte.

Pues todo esto es lo que me ocurrió estas últimas semanas. El poliedro mostró algunas de  sus más cortantes aristas con la advertencia de que extrajera sus enseñanzas, pero también, esbozando un gesto de benevolencia que incluso trataba de ser ternura, me instaba a que me centrase en lo dulce y nutricio de la galletita.

Tratando de ser alumno agradecido volví a buscar el bálsamo de la música. Rameau, Chopin, Ravel y Liszt se sientan  a mi mesa de la mano, o por mejor decir de los increíbles dedos, y del sentimiento del joven Bruce Liu, ese portento pianístico, ganador del último Concurso Chopin en Varsovia.

Concierto extraordinario en lo técnico y en lo expresivo, me llevó a contemplar como hay cosas que persisten más allá de la circunstancias humanas. Y como en la larga lista de  suertes que algunos privilegiados podemos escribir al abrir los ojos cada nuevo día, está el haber nacido y vivir en una ciudad como la mía, y tener acceso a esas músicas inmortales.

Pero la cosa no acababa ahí. Aún me faltaba encontrar a Monet y su deslumbrante, y nunca mejor empleada la frase, capacidad para vibrar y hacer vibrar a los demás con su percepción de la luz y el color.

Nieve, mar, niebla, sol, por supuesto nenúfares, a todas horas, con distintas luces, crean belleza y al hacerlo ensanchan nuestra alma. Lamentablemente en la exposición faltaba Impresión, sol naciente, pero las más de cincuenta obras presentes eran más que suficientes para gozar de su grandeza.

Me llamó especialmente la atención su última época, el siglo XX con su Londres. El Parlamento. Reflejos en el Támesis y sobre todo su época nórdica en los que, quizás por la evolución que es consustancial a todo gran artista, quizás debido a dificultades visuales por sus cataratas, , caminaba hacia los deslindes de la abstracción.

¡Y pensar que aquellos avinagrados critiquillos le llamaron impresionista a modo de insulto! Poco se podían imaginar que el bueno de Monet estaba creando un movimiento que, junto con su nombre, pasaría a la historia, mientras que hoy nadie conoce ni recuerda a aquellos personajillos. ¡Cuán ruines podemos llegar a ser los humanos! ¡Qué pena! Pero no acabemos con un sabor agrio, acordémonos de las galletitas y disfrutémoslas.

domingo, 26 de noviembre de 2023




El próximo martes, día 28, a las 19:30 horas, en los locales de la librería Matadero Uno, ubicada en la Plaza de Riego, se presenta la obra denominada Franquismo de cartón piedra: arquitectura efímera y de propaganda en los primeros años de la dictadura. José Gómez del Collado (1942-1948), de la que es autor el buen amigo y excelente investigador Jorge Bogaerts.

Antes de hablar de la citada obra creo que es de ley felicitar muy sinceramente a los promotores de tan valiente iniciativa por abrir nuevamente las puertas del local que ocupó la emblemática y centenaria Librería Ojanguren, al tiempo que facilitan un gran número de actividades culturales. En esta época en que se quería dar por finiquitado el libro de papel, el hecho de no solo salir en su defensa sino también facilitar el sentase alrededor de la hoguera a compartirlo, muestra un gran coraje, lo que es muy de agradecer. Vetusta puede dormir la siesta, que si es breve es muy saludable, pero también hace otras muchas cosas muy meritorias, como esta.

Y ahora vayamos al libro, comenzando por su autor.

Bogaerts es hombre de cultura enciclopédica, como nos demuestra cada día en sus atinados comentarios en la red de Facebook. Pero es una cultura de la de verdad, no esa vacua erudición que únicamente sirve para lucir los colores del pavo real del portador de los datos. No. Bogaerts analiza, compara, pone en contexto y acerca sus resultados a la vida nuestra de cada día. Además, es riguroso, sistemático y pertinaz, muy pertinaz. Así que todo lo que salga de su magín y su pluma ha de llevar este marchamo, que lo hace interesante para todo aquel que conserve esa sal de vida que es la curiosidad intelectual.

El libro que nos ocupa es el producto de una minuciosa investigación que da por resultado mucho más que una biografía, es un libro de historia. Pero no de una historia memorística y exclusivamente notarial que se limite a levantar acta de unos datos que por si solos resultarían fríos y quizás sin mucho sentido. En un libro de historia social donde esos datos se explican en el contexto del devenir de una sociedad, al tiempo que sirve como pretexto para dar a conocer las entretelas de una de las épocas más crueles e intencionadamente ocultadas de la historia contemporánea española, la primera fase de la posguerra “incivil” española y de la implantación de una dictadura que aún resuena, y sin cuyo conocimiento no nos podemos explicar alguno de los hechos de la actualidad. No ignoremos que todavía a día de hoy se dan manifestaciones en las que lamentablemente hay que oír el viva franco o el cara al sol.

Todo ello está relatado con un estilo que a pesar de la profusión de datos no está exento de elegancia, buena prosa y mesura, todo ello muy de agradecer en los tiempos que corren, y que incluso hacen amena su lectura.

Por otra parte, la edición del libro es exquisita, como no podía ser de otra manera viniendo de Ediciones Trea. La calidad del papel, la originalidad de la portada, la perfecta distribución de sus innumerables imágenes, y citas a pié de página hacen del libro un objeto de deseo de los portadores de esa curiosidad intelectual antes citada. Que a los, imagino, diversos correctores se le haya pasado en la página 42, línea 25, una errata al citar un serrano con minúscula, precisamente en el nombre de alguien tan trascendental en el comienzo de la carrera del personaje objeto del libro no resta un ápice a las innumerables virtudes de la obra, y solo serviría para mostrar la picajosidad (sic) del autor de estas torpes líneas si no fuera, como es, un guiño hacia el sentido del humor de un buen amigo.

En definitiva, un muy plausible acontecimiento cultural para un libro de inexcusable lectura. Mi más sincera enhorabuena a su autor.

domingo, 12 de noviembre de 2023

HELENA

Decidió callarse.

Helena era persona amante del sosiego y la concordia por encima de casi cualquier cosa, y que trataba de conseguirlos a base de su alta capacidad de empatía.

En el desempeño de su profesión la tenían por eficaz y estaba bien considerada, mas ella rehuía figurar o destacar por encima de sus compañeros y únicamente trataba de aportar tranquilidad y esperanza a sus clientes, lo que interpretaba como su único modo de contribuir a hacer la vida un poco mejor.

Solía decir:

-Ya no tengo edad y además nunca tuve valor para tirarme al monte y hacer la revolución universal, así que lo único que me queda es tratar de mantener limpia mi parcela.

Sin embargo, nada más lejos de su intención que el conformismo o el nihilismo. Esto unido a un alto grado de curiosidad intelectual le llevaba a interesarse por todo lo que acontecía en la vida social, en el sentido más amplio y universal del término.

Quizás por ello últimamente se sentía agobiada y desazonada. Aquel día los medios de comunicación publicitaban las trágicas consecuencias de la enésima guerra, que se solapaba con las anteriores aún no solucionadas. Llegaban noticias de dramáticos sucesos que producto de la desigualdad afectaban siempre a los más desfavorecidos, civiles inocentes, migrantes, etc.

Sentía que, en los entornos cercanos, quienes deberían trabajar por guiar y mejorar nuestra sociedad solo generaban tensión, alcanzando la mayoría de las veces escenarios demasiado soeces, amplificados por redes sociales convertidas en auténticos instrumentos de desinformación.

Aquel día la jornada había sido larga y compleja, así que al llegar a casa lo único a lo que aspiraba era a prepararse una taza de té y relajarse refugiándose en el mejor de sus mundos, la música.

Introdujo en el reproductor un CD con la versión de Perianes del concierto para piano nº 1 de Brahms, y se dispuso a soñar y gozar.

Ya el adagio la había introducido en un universo de serenidad cuando un ruido estridente y disonante rompió el encanto de aquella situación. Era la alarma del portero automático del edificio, y en su pantalla se dibujó la silueta de un hombre joven.

–Vaya por Dios. Tenía que ser él, y precisamente ahora -pensó Helena para sus adentros.

Ricardo no visitaba con mucha frecuencia a su madre, pero ella sabía que cuando esto ocurría, aunque tratase de mantener el diálogo en un tono calmado y no salirse de los temas protocolarios y convencionales pronto llegaría el momento en que Ricardo llevaría la conversación al “yo, yo y solo yo”, y los únicos motivos de la charla serían los referentes a su vida para después pasar al plano de las acusaciones y reproches, y que tras esto acabarían indefectiblemente discutiendo agriamente, él marchándose de forma abrupta y ella quedando sumida en un estado de gran agitación y tristeza.

Pero, en fin, lo intentaría por enésima vez. No quería ser ella quien generase la discordia.

–Acabo de preparar té. ¿Quieres una taza?

–No, gracias -contestó Ricardo, al tiempo que se acomodaba en el sillón frente al de su madre y establecía un tenso silencio como quien espera la pausa anterior a un combate.

Según lo habitual, Helena le preguntó generalidades a cerca de su estado, su trabajo, sus nietos o su nuera, que Ricardo contestaba con frases breves, secas, e incluso con monosílabos, y por supuesto sin interesarse nunca por la vida o los intereses de ella.

Y como siempre, sin saber por qué, tan inesperadamente como aparece una tormenta de verano en un día soleado, la conversación giró a la fase de los reproches y las acusaciones.

Mas Helena llevaba un tiempo en que al rememorar estas situaciones pensaba que sus intentos de diálogo razonado eran estériles, inútiles y contraproducentes por cuanto que eran contestados con argumentos cada vez más absurdos e hirientes, sacando a la luz presuntos hechos del pasado difícilmente comprobables y por tanto difícilmente rebatibles, como si a Ricardo solo le interesase descargar su ira desde una inmensa frialdad de sentimientos.

Se sentía cansada, muy cansada, de hacer las veces de felpudo o de saco de entrenamiento de boxeo. Dijera lo que dijera e hiciera lo que hiciera todo iba a estar mal hecho y interpretado como perverso.

Y en ese momento, sin saber cómo, le vino a la mente  frase de Ludwig Wittgenstein que le había citado aquel profesor de filosofía: Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo.

De pronto todo un horizonte se le iluminó. Ya era hora de que fuera ella quien marcase los límites, quien impusiese el ritmo. No más discusiones, no más luchas verbales de las que salía agotada y herida. Se acabó. Sus silencios serían los muros que protegiesen su Valhalla.


jueves, 21 de septiembre de 2023

Un niño, un sueño y el Egeo (cuento breve)

 A Andresín

El niño, abriendo aún más sus grandes ojos, exclamó:

-¡Mira, abuela!

La luz inundaba la fotografía haciendo aún más vivos y brillantes los colores de las cúpulas azules y el blanco de las encaladas paredes. Al fondo, un mar en calma donde se reflejaba el sol contribuía a completar la perfecta imagen de la armonía y la vitalidad.

-¿Te gusta, cariño? -preguntó la abuela.

-¡Mucho, abuela!

Entonces la abuela, a la que le hacía falta poco para sentirse conmovida por la candidez de su nieto, exclamó:

-Pues si tanto te gusta, te prometo que algún día iremos juntos allí  -y abrazó al nieto con una emoción que él aún no podía comprender pero sí sentir.

Pasaron muchos días y muchas cosas, como siempre en la vida unas buenas y otras malas, hasta que la abuela consideró llegado  el momento de que el sueño se convirtiera en realidad. Desde entonces se dedicó en cuerpo y alma a la preparación del viaje con toda la minuciosidad y precisión de la que solo ella era capaz. 

Y por fin ahora estaban allí, en el mar de los tres azules, allí donde se sembraron las semillas de las que fructificó nuestro pensamiento y nuestra cultura. Vieron de cerca las cúpulas azules, y al sol añadir nuevas tonalidades en el mar al acostarse por poniente, y se maravillaron aún más.

Además, con el tiempo pasado el niño no lo era tanto y ya sí comprendía todos los sentimientos que implicaban los abrazos de la abuela.

Pasaron muchos más días y muchas más cosas. El niño ahora era un exitoso profesional al que su actividad le llevaba a viajar por todo el mundo y conocer los más diversos paisajes. La vida le había enseñado gran cantidad de lecciones, pero cuando quería recobrar la intensidad de los afectos rememoraba aquel sueño que tuvo con su abuela, que un día se convirtió en realidad y ahora era el más valioso de sus recuerdos.

martes, 15 de agosto de 2023

PARADA DISCRECIONAL: EL EGEO

Muchos amantes de los libros aseguran que entre el sinnúmero de ventajas que estos tienen, una, y no la menos importante, es que te permiten viajar sin abandonar tu butaca preferida, desde tu propio hogar.

Otros también aseguran que en todo viaje que se precie y en el que se esté dispuesto a disfrutar del mismo, es conveniente no solo documentarse previamente, pues ello aumentará grandemente el placer tanto antes como durante el viaje, sino viajar acompañado de esos libros más que de guías turísticas.

Con motivo de un reciente viaje a Grecia, en concreto a alguna de sus islas en el Egeo, y para seguir los consejos señalados en el párrafo anterior, acudí a la lectura de dos libros que vivamente les recomiendo. Uno es Corazón de Ulises, de Javier Reverte, y el otro, Palabras del Egeo, de Pedro Olalla.Amén de ellos consulté puntualmente algunos otros manuales y catálogos cuya mención no viene al caso por no ser el motivo de este breve apunte realizar el más mínimo repaso bibliográfico, máxime en un tema tan extenso como el que nos ocupa.

Respecto del primero de los citados, su autor, Javier Reverte, es un escritor y viajero que funde ambas vocaciones dando lugar a una profusa y excelente obra: veintiún libros de viajes, dieciocho novelas, un libro de cuentos, cuatro biografías y cinco libros de poesía.

Ya hace un tiempo que en otra entrada de este mismo blog opinábamos que la prosa de Javier Reverte es elegante y culta, amén de fluida y amena, lo que hace de sus libros una auténtica delicia para sus lectores.

Pues bien, en el caso que nos ocupa tales virtudes literarias están puestas al servicio de la Grecia clásica, la gran Grecia. De ella nos cuenta su extensa y cambiante geografía y fronteras, su historia y sobre todo la de sus mitos y sus dioses, tarea valiente por su gran complejidad pero que lo logra con éxito, consiguiendo que incluso un lego como este osado escribidor acabe haciéndose una más que aceptable composición de lugar de todo ello.

El otro autor mencionado, Pedro Olalla (por cierto, nacido en Oviedo), es escritor, helenista, profesor, traductor y cineasta Su amor por Grecia y compromiso con este país hizo que desde 1994 fijase su residencia en él y haya sido merecedor en 2010 del título de Embajador del Helenismo por el estado griego, entre otras muchas distinciones.

El libro que nos ocupa es un bellísimo relato apasionado y poético de una visión en algunos aspectos heterodoxa, pero siempre justificada, sobre la historia de los griegos y lo que considera el germen y esplendor de nuestra civilización y nuestra cultura. Según su visión el Egeo es el lugar donde germinarán las semillas que hacen formarse y crecer aquellas.

Por sus páginas discurren argumentos de antropología, arqueología, historia, náutica, genética, geología, mitología, astronomía, filología, lingüística y etimología con un lenguaje exquisito  y muy didáctico.

Hemos de decir que hay un exhaustivo desarrollo filológico de todo lo expuesto, lo que supone un valor añadido de disfrute para los conocedores de esta apasionante disciplina y una ligera dificultad para los que, como este osado escribidor, en su enciclopédica ignorancia carecemos de tales conocimientos, pero quede muy claro que esto en modo alguno resta un ápice al disfrute de la obra, que sugiere leerla más de una vez, siempre con la calma que el Egeo transmite.

Si usted, paciente lector, quiere viajar a Grecia, o conocer Grecia sin salir del salón de su casa o simplemente (y no es poco) disfrutar de la buena literatura, sin duda debe leer estos dos libros. Me agradecerá el consejo.

lunes, 10 de julio de 2023

DÑA. REALIDAD

I

Dña. Realidad era lo que podríamos denominar una dama elegante. 

Su perfil, cuello y espalda rectos y hombros erguidos expresaban determinación a la par que serenidad contenida. Todo ello se complementaba con un andar sereno e irrenunciablemente constante y, como ella reivindicaba, siempre con los pies en la tierra. 

Su indumentaria, como no podía ser de otra manera, era discreta tanto en formas como en colores, casi siempre en tonalidades grises y con una cierta tendencia a la repetición. Salvo en muy obligadas e inevitables ocasiones huía de afeites y adornos.

Es cierto que en ocasiones había pensado que le gustaría vestir alguna vez colores más vivos y alegres y utilizar algún complemento distinguido en forma de collar, colgante, pendientes o sortijas, pero no es menos cierto que los humanos le ofrecían pocas ocasiones para tales desahogos, por lo que con facilidad los desechaba y volvía a sus rutinas habituales. 

En consonancia con todo lo anterior su carácter tendía a alejarse de las efusiones de alegría. Era seria, en ocasiones en demasía, al punto que a veces era mal comprendida e incluso tildada de injusta. Sin embargo, su carácter, en general monótono, tendía a ser de natural pacifico, aunque en ocasiones, y sin ninguna causa justificada, le surgía de su interior una rabia inevitable que la llevaba a ser violenta con los humanos, sobre todo con los más débiles e indefensos, y esto le conducía a sentir gran desazón y arrepentimiento.  

Aunque también, a fuer de ser ecuánimes, algún humano, eso sí, minoritario, se dejaba llevar por un atávico impulso de conocerla algo mejor lo que le proporcionaba una más o menos breve alegría que ella devolvía con un beneficio para el resto. 

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II 

Como cada mañana Dña. Realidad se miró en su gran espejo de cuerpo entero para comprobar que todo en su figura e indumentaria estaba como tenía que estar. Era entonces cuando se hacía la pregunta que tanta curiosidad, que no desazón, le causaba: 

– ¿Qué pensarán los humanos de mí? 

Parecía un día agradable, se veía que la primavera se estaba consolidando. Un sol límpido iluminaba el paisaje dando un mayor brillo a los colores al tiempo que una muy tenue brisa evitaba que el incipiente calor molestase. 

-El día perfecto para dar un sosegado paseo, observar a las personas y tratar de conocer sus opiniones – pensó para si Dña. Realidad. 

Dicho y hecho. En poco tiempo, sin apenas darse cuenta, sus pasos la habían conducido hasta la plazuela de Santa Inés. De forma rectangular y acceso exclusivamente peatonal su suelo empedrado estaba rodeada de casitas de poca altura. En el centro una fuente ponía el agradable murmullo del agua que armonizaba perfectamente con las lejanas campanadas de alguna iglesia vecina. Naranjos, fresnos, aligustres y tamarices daban sombra dejando que sus hojas se meciesen por la suave brisa. Todo allí fomentaba el sosiego. 

Dña. Realidad se percató de que en uno de los extremos de aquel paraíso en miniatura había una pequeña terracita con tres mesas, en una de las cuales estaban sentados a su vez tres caballeros que, por las consumiciones que figuraban sobre su mesa, llevaban allí un buen rato, y por el tono de voz y ritmo de su conversación, que parecía concertar con el general sosiego de la plaza, estaban disfrutando de una jovial conversación. Era, pues, el escenario ideal para el propósito con el que había salido de su casa, así que decidió sentarse discretamente en la mesa más alejada, pero dispuesta a estar atenta a la conversación. 

-Querido amigo, me alegro mucho de que llevado por su juventud sea usted optimista, apasionado y hasta utópico -comentó el caballero de aspecto mayor, que vestía un atuendo clásico y muy formal.  

Y continuó:  

-Pero le aseguro, desde la experiencia de mi mucha edad, por tanto de mucha vida vivida, y estoy seguro de que cuando usted llegue a mis años también lo verá así, es necesario, incluso diría que imprescindible, ser realista, muy realista, y tener los pies bien fijados en la tierra. 

-Sin duda que su experiencia es muy válida, Don Salvador, y bien sabe que siempre la respeto y casi siempre la comparto. Pero, dígame, ¿cómo ser realista? ¿Qué es la realidad? -aseveró el aparentemente más joven, que a su vez llevaba un atuendo más deportivo y desenfadado, pero en nada extravagante.  

-Pues eso es muy fácil, querido Sergio -continuó D. Salvador- porque la realidad la tenemos delante de nosotros, y es todo aquello que podemos captar con nuestros sentidos. 

En ese momento apareció un camarero del interior del bar y dirigiéndose a la mesa de los tres contertulios preguntó: 

– ¿Van a querer algo más? 

– Por supuesto, amigo Manuel -afirmó D. Salvador- pónganos por favor otros tres rebujitos, y si es tan amable pregúntele a la dama si aceptaría nuestra invitación a uno para ella también, u otra cosa si la desease. 

-Perfecto, D. Salvador -contestó el camarero. Y dirigiéndose a Dña. Realidad le transmitió el mensaje. Esta hizo una discreta inclinación de cabeza dando a entender que aceptaba y agradecía la invitación. 

Al poco volvió a salir el camarero con las cuatro consumiciones. En primer lugar, sirvió la de la dama en su mesa, y posteriormente a los tres contertulios en la suya. A continuación Dña. Realidad alzó discretamente la copa en dirección a ellos a modo de brindis y la llevó a los labios con un breve sorbo. Los caballeros respondieron al unísono con similar gesto. 

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A continuación D. Salvador se levantó de su mesa y se dirigió a la de Dña. Realidad: 

– Buenas tardes, señora, perdone mi atrevimiento. Mi nombre es Salvador de Hurtado de Mendoza, y nada más lejos de mi intención que incomodarla. Si así fuera, hágamelo saber. Lo único que pretendo es invitarla a unirse a nuestra tertulia y participar de nuestra amigable conversación. 

Dña. Realidad comprendió la oportunidad de ver colmado el objetivo con que había salido de su casa esa mañana. 

– Muchas gracias, D. Salvador. Como usted comprenderá por la cercanía de nuestras mesas y por el relajante silencio del que se disfruta en esta acogedora plaza, no he podido evitar escuchar dicha conversación de ustedes, y a fe mía que están abordando un tema de gran interés. Además, he de manifestarle que mi nombre es Realidad Ruisánchez Lagranda, así que por todo ello acepto encantada el honor que me dispensan y me uno con gusto a su tertulia. 

Ante estas palabras el trio de caballeros no pudo evitar su sorpresa por la coincidencia y por ser ese nombre poco habitual. Hechas el resto de preceptivas presentaciones, tomaron asiento los cuatro y continuaron con su conversación. 

Esta vez fue Sergio quien tomó la palabra: 

– Es muy aceptable su punto de vista, D. Salvador, pero no podemos olvidar que ya los filósofos griegos volcaron todo su esfuerzo en este conocimiento de toda la realidad haciéndose las más densas preguntas sobre ellas sin que pudieran darles respuesta. Es más, en los tiempos actuales seguimos considerando nuestras aquellas preguntas que aún continúan sin respuesta. Y respecto a nuestros sentidos recuerde usted a Platón y su conocido mito de la caverna. 

– Querido Sergio, me congratula sobremanera que usted invoque las humanidades, tan preteridas hoy en día, y la sabiduría de aquellos colosos de la búsqueda conocimeinto, pero no puedo menos que recordarle que en estos dos mil y muchos años, y sin duda iluminados por las orientaciones de ellos, la ciencia ha evolucionado espectacularmente, mostrándonos evidencias incuestionables.  

– D. Salvador, no quisiera convertir esta enriquecedora tertulia en un debate personal entre usted, a quien sabe que respeto y admiro, y yo, y mucho menos quisiera negar  la ciencia, pero, y con esto acabo, no puedo dejar de decir que, y estoy seguro que esto lo compartimos todos, hay factores ambientales, culturales, sociales o como los queramos denominar, y pongo por ejemplo al lenguaje, que moldean de alguna manera nuestro pensamiento, y por ende crean la realidad, y hacen que esta sea cuestión de perspectiva más que algo universal, y por ello no podemos tener acceso a la realidad, a la forma en que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece a nosotros. 

– Querido Sergio, agradezco su buena cortesía y le aseguro que nunca esta tertulia será un debate personal, sino una charla enriquecedora entre amigos de la que siempre saldremos un poco más sabios de lo que entramos. Pero, bueno, sí que está en lo cierto, no sería correcto acaparar el uso de la palabra, máxime teniendo entre nosotros a un reconocido científico como D. Eduardo que evidentemente puede aclararnos el papel de su disciplina respecto al tema que nos ocupa. ¿Qué opina usted al respecto, buen amigo? ¿Qué aporta la ciencia al conocimiento de la realidad?  

D. Gerardo era un caballero que frisaba los sesenta, de indumentaria convencional, aunque con un toque deportivo, de gestos contenidos y reposado en el hablar, y así dijo: 

-Queridos amigos, el tema que tenemos planteado es sumamente poliédrico. Ustedes dos, desde sus ángulos de visión aportan argumentos muy atinados, pero también pueden ser contempladas otras muchas facetas. Evidentemente la ciencia tiene por objetivo último el conocimiento de los hechos, y para ello emplea un método que se fundamenta en la observación, la medición y la verificación tratando de evitar la subjetividad de los investigadores. 

<< Más cuando la ciencia es honesta, que de todo hay en la viña del señor, aprende de su historia que resultados que hoy se consideran evidencias incontrovertibles mañana, a la vista de nuevos conocimientos, se tornan insuficientes, e incluso equivocados. 

<<¿Quién nos iba a decir que algo tan aparentemente evidente como la física newtoniana, con su aplastante teoría de la gravedad, sería cuestionada un día, y de este enfrentamiento nacerían nuevos conocimientos? ¿O hemos de decir mejor nuevas preguntas? 

<<Seamos, pues, humildes y admitamos nuestras limitaciones y subiéndonos a hombros de los gigantes que nos precedieron continuemos nuestra búsqueda de esas evidencias pensando que quizás sea cierto que Ítaca está más en el viaje que en la llegada. 

<<Admirable reflexión -manifestó D. Salvador-, y quizás la única luz que nos guie en este entuerto sea la que aporte nuestra gentil acompañante, pues ella sí que es una realidad real. ¿Qué opina usted, señora? 

– Pues en primer lugar he de agradecerles muy vivamente su invitación a esta reunión en la que tanto he aprendido, y en segundo lugar manifestarles que si no es un abuso por mi parte me gustaría seguir participando en ella. En cuanto a lo anecdótico de que el objetivo de sus disquisiciones coincida con mi nombre, lamentablemente he de decirles que poco puedo aportar al tema. Soy una persona que por mis ya muchos años con frecuencia se me confunden las ideas, y la coincidencia de mi nombre se debe a una extraña fijación de mi pobre padre, persona buena donde las haya habido, pero a quien Dios tenga en su gloria y perdone por tamaña ocurrencia. 

<<Dicho esto, solo se me ocurre manifestar que quizás acabe teniendo razón aquel ripioso gobernador civil de Alicante que aseguraba que todo es según el color de la mirada. 

Y así siguió transcurriendo la mañana mientras nuestros personajes disfrutaban de la serenidad  del entorno y de la placidez de una sutil conversación. 

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sábado, 8 de julio de 2023

Ex Libris (X): La última guerra del Rey de Israel.

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En este precioso libro el autor, excelente neurólogo donde los haya, utiliza como pre-texto la enfermedad y muerte del presidente de Israel Ariel Sharon para exponer sus reflexiones a cerca de los orígenes y evolución de dicha enfermedad al tiempo que comparte con el lector las inquietudes que el ejercicio de su profesión, la Medicina, conlleva.

Y lo hace no solo abordando todas las dificultades técnicas que los accidentes cerebro-vasculares comportan, sino también los aspectos humanos y éticos que en tales situaciones están en juego.

Es, así mismo, sumamente interesante su aproximación al amplio y difícil territorio de la  incertidumbre, concepto este que nuestro actual estilo de vida quisiera ver desaparecer pero que persiste inexorable formando parte indisoluble de la existencia humana, y que conforma el escenario en el que, a pesar de todos los aparentes (y evidentes) avances técnicos, la medicina asistencial tiene que desarrollarse de forma cotidiana.

En todo este retablo de aspectos técnicos, humanos y éticos el autor se desvela como un excelente narrador y los desarrolla con un estilo elegante a la par que ágil, ameno, de fácil lectura y comprensible para todo tipo de lector, incluso para los que estén alejados de conocimientos de la medicina. Para ello es decisiva otra de las facetas en la que Sergio Calleja está volcado con pasión y generosidad, la de divulgador firmemente convencido de que el conocimiento y la ciencia son caminos muy principales para que nuestra comunidad humana progrese.

Por último, pero no menos importante, incluso quizás de lo más, el Dr. Calleja también pone de manifiesto de forma transversal en toda la obra la decisiva influencia de los factores sociales en el ámbito de la salud y la enfermedad.

Por todo lo anterior recomiendo esta obra como de obligada lectura a mis amigos que estén interesados por la buena literatura, por la literatura que trasciende a la mera anécdota y que nos estimula a pensar sobre aspectos importantes de nuestro devenir y el de nuestra comunidad.

Por último creo de justicia destacar también el excelente trabajo de edición realizado por Krk Ediciones, como es habitual en esta editorial.

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