martes, 9 de enero de 2024

Esperanza

Esperanza era mujer muy bella. Además, la más que desahogada posición económica de su familia le había permitido desarrollar sus altas capacidades intelectuales, llegando a adquirir una sólida formación en varias de las bellas artes.

Así, podía tocar con gran desenvoltura tanto el piano como el violonchelo. Por otra parte, de forma anónima, con seudónimo, se permitía publicar con cierta frecuencia algunos relatos breves y columnas de opinión en la prensa local u online. Nada de lo humano le era ajeno, defendiendo siempre a los más desfavorecidos y las causas de los derechos humanos o del feminismo. También en esto había alcanzado un cierto grado de atención y seguimiento a tenor del número de comentarios que suscitaba.

Aficionada a los viajes (dominaba tres idiomas además del propio castellano) y a la pintura, había visitado los más importantes museos, y desde hacía un tiempo se permitía introducirse en el mundo de la creación plástica, ámbito en el que sentía su mayor admiración por el informalismo y expresionismo abstracto, estilos que trataba de imitar, aunque en los últimos tiempos le gustaba retornar a una cierta figuración, eso sí siempre desde una perspectiva cargada de surrealismo crítico.

Por todo ello, en su su fuero íntimo aspiraba a la genialidad, lo que no hacía por satisfacer su ego, cosa que sinceramente no le importaba mucho, si no porque pensaba que así podría cooperar a elevar el nivel cultural de la humanidad, siendo su forma de contribuir a crear un mundo mejor, con un mayor entendimiento entre sus habitantes.

Mas, desde hacía un tiempo la invadía una extraña y profunda melancolía, totalmente ajena a su carácter anterior. A cualquier punto de su entorno que mirase solo encontraba tragedias y desgracias, guerras, injusticias, en las que los peor parados eran los más inocentes e indefensos. La visión de los cadáveres de los niños en los naufragios de las pateras o heridos y famélicos por las guerras le partían el alma.

Se sentía confusa, perdida, desorientada. Intentaba razonar y agradecer a la vida los muchos privilegios que le concedía, pero no le servía de nada. Sus actividades no conseguían tener la más mínima influencia, sus escritos cada vez eran más pesimistas y escasos. ¿Para qué opinar nada, si todo era egoísmo e irracionalidad?

Ella que tanto había disfrutado interpretando las Sonatas de Beethoven o las Canciones sin palabras de Mendelssohn, ahora la única música que tenía en la cabeza era el Cuarteto para el final de los tiemposSu pintura iba perdiendo color y su temática, cada vez más hiperrealista, solo reflejaba ruina y destrucción.

Bien es verdad que nunca había tenido una personalidad chispeante, pero ahora la vida la sentía muy cuesta arriba. Despertar por las mañanas y tener que enfrentarse al nuevo día en el que todo se le presentaba negro era como tener que desprenderse de una pesada losa que la aprisionara. El resto del tiempo hasta le costaba trabajo andar, parecía que tuviese que arrastrar una inmensa bola de acero encadenada a sus piernas.

Solo una inquebrantable disciplina en la que había sido educada hacía que se impusiera la obligación de continuar con su pintura. Además, encerrarse en el estudio le permitía estar aislada durante muchas horas, protegida en su burbuja. Recordaba cuando Amalia Avia le había contado que para ella de puertas adentro de su estudio, delante del caballete, en ese enfrentamiento directo en soledad, todo queda muy lejos y solo persiste la lucha con el cuadro, desde el que trata de averiguar que pasa en su interior y en el mundo.

Aquel día, como todos desde hacía bastantes meses, tampoco le apetecía ver a nadie, pero había transigido con la visita de su amiga Mari Fe. Al fin y al cabo era su amiga del alma, la única que conocía casi todas sus intimidades, y a la que también escuchaba sus confidencias, así que con ella no tendría que fingir su estado de ánimo.

Además Mari Fe también tenía que hacer frente a su tragedia personal. Su queridísimo y único hijo, Juanín, padecía un autismo severo. Como todos los niños de esas características, Juanín no podía controlar sus emociones que en muchas ocasiones expresaba en forma de arrebatos de cólera e incluso intentos de agresión, siempre de forma inesperada, lo que hacía que la comunicación con él fuera extremadamente difícil. A Esperanza la ponían muy nerviosa sus accesos de ecolalia, pues sabía que habitualmente tras ellos se desencadenaba la tormenta emocional.

Sin embargo Mari Fe abordaba estos episodios con una paciencia y una ternura infinitas, lo que la hacía admirable y digna de apoyo a los ojos de Esperanza, por lo que aceptaba de buen grado sus visitas. Además, por alguna extraña razón su pintura obraba en Juanín un efecto tranquilizador.

Nada más llegar al taller el niño paseaba lentamente y en sorprendente silencio frente a los cuadros expuestos, pasaba de uno a otro deteniéndose ante cada uno de ellos con gran atención durante un buen tiempo. Este proceso parecía ser un bálsamo para él y un tiempo de relajación y descanso para su madre.

Pero aquel día fue distinto. Nada más llegar Juanín se dirigió directamente a un cuadro en concreto que estaba medio oculto en una de las esquinas del taller. Allí estuvo durante todo el tiempo, absorto, con la mirada fija, sin ningún movimiento corporal y sin alternar con la contemplación de ningún otro.

Ese cuadro, de pequeño formato, mostraba una especie de diagonal curva, con una ancha base próxima al ángulo inferior izquierdo del cuadro que se iba adelgazando a medida que se aproximaba al ángulo superior derecho, acabando en una especie de vértice, todo ello en un fuerte amarillo limón, realizada con acrílico e impregnaciones de tierra, sobre arpillera, lo que, a parte de lo brillante del color base, le daba una gran carga matérica al tiempo que idea de sencillez y referencias al arte povera.

El cuadro no estaba en una esquina porque estuviera abandonado ni tampoco acabado. De hecho era uno de los que en su proceso más resistencia le había opuesto. Esperanza llevaba meses buscando el abstracto absoluto y ese estaba siendo el resultado no definitivo de sus reflexiones.

Y ahí estaba Juanín, quieto, callado absorto frente al cuadro, hasta que en un momento dado, sin que hubiera sucedido ningún cambio en el entorno, comenzó a exclamar:

– Gusta, gusta, gusta, gusta…- de forma monocorde y sin ninguna otra alteración en su rostro ni en su cuerpo.

Esperanza se asustó ante la posibilidad de que se fuera a desencadenar su temida ecolalia. Pero no fue así, Juanin continuó con su soniquete sin la más mínima agitación.

Entonces se acercó al niño y le preguntó:

– ¿De verdad te gusta? ¿lo quieres? ¿quieres que te lo regale?

Pero Juanín no le contestó directamente y sin cambiar de tono ni expresión continuó con su retahíla de «gusta, gusta, gusta…».

Entonces Esperanza descolgó el pequeño cuadro y se lo entregó a Juanín como quien realiza la más valiosa de las ofrendas.

Juanín abrazó el cuadro intensamente y en su rostro se dibujó una indescriptible sonrisa. Después, acercándose a Esperanza le dio un cálido beso en su mejilla.

En ese instante Esperanza tuvo una visión de música y color en su interior, una luz que le hizo comprender las respuestas a todas las preguntas que últimamente le atormentaban y tener la evidencia de que nuevamente recuperaría el sentido de su obra.

LUCIO

P.D.: Las obras que ilustran estas torpes líneas son:

– En la Academia Julian (1881), de Marie Bashkitseff, en la actualidad en el Museo de Bellas Artes de Dnipró (Ucrania).

– Un cuadro de Lucio Muñoz, del que desconozco título, año o paradero actual.