domingo, 26 de junio de 2022

Un mes, un libro (VI): Cuentos de amor, de Dña. Emilia Pardo Bazán

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Vivir es tener opiniones, deberes, aspiraciones, ideas. No pensar por decreto.

Dña. Emilia Pardo Bazán

Avisado lector, sé que con frecuencia gustas de sumergirte en los clásicos cual piélago donde sedimentan nuestra cultura y nuestra civilización. Y ahí, como los buscadores de perlas, escoges relatos cortos que, al margen de su tamaño, encierren calidad y bellas formas.

Con estas dos agujas  puedes navegar por múltiples rutas desde la antigüedad hasta nuestros días: Las mil y una noches, Calila y Dimna, los cuentos del Conde Lucanor,  el Decamerón de Bocaccio, las Novelas ejemplares de Cervantes, los Cuentos de Kafka, de Julio Cortazar, Juan Rulfo,  Dostoievski, o Chejov. Pero yo te recomiendo que recales durante algún tiempo en el puerto de Dña. Emilia Pardo Bazán.

Mucha Dña. Emilia…dice mi amiga, y es muy cierto porque Pardo Bazán es persona y personaje. Tanto en lo íntimo como en lo ideológico o lo literario no conoce barreras, no tiene prejuicios, se salta victoriosamente todos aquellos convencionalismos que su época trataba de imponerle. Es la suya una imagen poliédrica, con muchas caras diferentes, con luces y sombras, en una autora que fue bastante ignorada y no solo en su tiempo. Anecdóticamente citaré que repasando los ya muy viejos libros de aquel mi lejano bachiller, en la Antología Literaria Española Contemporánea, firmada nada menos que por Lázaro Carreter y Correa Calderón en el año 1964, que comienza con Bécquer y termina con Celaya, no se la menciona.

En el plano ideológico gustaba de moverse con gran facilidad en la dicotomía, aspecto este que la autora nunca rehuía aunque le supusiera al menos tantas fobias como filias.

<<…con evidente perspicacia…establecía claramente las fronteras entre patria y tierra…>>

Ramón Villares.- Universidad de Santiago de Compostela

Lo mismo ocurre en cuanto a sus convicciones íntimas en las que distinguía entre razón y fe, ella que tan reiteradamente confesó su profesión de fe católica. Recuerda la actitud unamuniana, sin el carácter trágico de este, sino abordándolo con gran coraje, y en muchas ocasiones con humor. Aquí se ponen de manifiesto dos conceptos que podían ser transversales en la actitud intelectual de Pardo Bazán: su modernidad y su independencia, que ejercitados en terreno tan delicado nos dan como resultado otro de sus valores: la valentía. Dignos de mención en este sentido son sus análisis sobre el feminismo y la Iglesia.

Todo ello, no cabe duda, la hizo un personaje incómodo no solo durante su tiempo, recuérdese la polémica intelectual que se generó con su intento de acceso a la Real Academia, sino también tras su muerte, hasta el punto de estar oculta, como otros muchos intelectuales, por un régimen, el franquista, para quien estas ansias de cultura y libertad se hacían indigeribles. En el caso de Pardo Bazán con la trágica ironía de la usurpación de un lugar, las Torres de Meirás, que ella había construido como expresión y a medida de su personalidad.

En lo literario hay que señalar como una de sus características, amén de su calidad, la prolificidad. Además de veintiocho novelas, escribió seis libros de viaje, siete obras dramáticas, dos composiciones poéticas y numerosísimas colaboraciones periodísticas, así como cuatro biografías, dieciséis volúmenes críticos y veintidós de correspondencia personal, además de dos traducciones. Y por supuesto los Cuentos, entre los que en una primera aproximación pude localizar cuatrocientos diecinueve, muchos de ellos agrupados en series de diferentes temáticas (Cuentos escogidos, de MarinedaCuentos nuevos, Cuentos de amor, sacro-profanos, dramáticos, de Navidad y Reyes, de la patria, antiguos, actuales, trágicos, de la tierra   o de Navidad y Año Nuevo, y otros sin agrupación específica)

Comprenderás fácilmente, avisado lector, que el análisis de esa ingente producción supera con mucho mis capacidades y la intención de este escrito, por lo que ciñéndome a mi recomendación inicial de los cuentos, te sugiero la serie de los cuarenta y cuatro Cuentos de amor.

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En ellos está recogida toda la esencia de la literatura de Pardo Bazán: prosa elegante, léxico riquísimo, relatos bien armados, con ritmo que mantiene in crescendo el interés del lector para llegar a unos finales habitualmente sorpresivos, y todo ello acompañado de humor, ironía y en ocasiones una muy sutil crítica social.

A su vez, en lo temático destaca la variación, pues contempla el amor como algo polifacético que puede ser abordado con muy diversos puntos de vista. En ocasiones parece una fantasía delirante, otras veces predomina el desamor y el desengaño, y por supuesto, el engaño.

También aparece, ¿cómo no?, el monstruo de los celos, y en casi todas las ocasiones la ternura. Todo ello mostrando las múltiples caras de algo que por ser pasión no puede quedar encerrado en una fría clasificación, que una cosa es admirar la belleza de las mariposas y otra muy distinta el estudio de la entomología.

Me preguntas que cuáles te recomiendo, que por donde empezar. La respuesta, aunque sé que te defraudará, es sencilla: léetelos todos, y el orden no importa. Al ser relatos cortos permiten una lectura cotidiana para la que es fácil encontrar tiempo. Un ritmo de dos por día es posible y una dosis que no te saturará, que hasta el mejor vino en exceso abotarga los sentido y elimina el disfrute . Así en menos de un mes te habrás regalado una terapia completa de belleza que tu espíritu agradecerá para siempre. Pero eso sí, léelos con tranquilidad y sosiego, centrándote en cada uno de ellos, paladeando cada palabra, cada construcción de la frase y aprovechando el conocimiento de los términos hoy inusuales, esa riqueza léxica a la que antes hacía alusión.

Una advertencia quiero hacerte: ponte en el espíritu de la época, tercio final del siglo XIX, donde el estilo literario era muy diferente e incluso también los conceptos sociales. Pero no olvides que en cualquier etapa de la historia del arte, en todas sus variantes, nos podemos encontrar con la belleza.

Estoy seguro de que al terminar me agradecerás la sugerencia.

P.D.: Por si todo esto fuera poco, a los cuentos de Pardo Bazán puedes acceder gratuitamente en la página web cuyo enlace te dejo aquí.

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Al trantrán

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Pues así a lo tonto, a lo tonto, al trantrán, uno de los marcadores de la plataforma me indica que esta entrada será la ducentésima desde que comencé a publicarlas allá por el año 2012. Un ordinal ya significativo, amén de redondo, que puede ser una buena excusa para reflexionar sobre el mismo.

Antes de seguir he de hacer una salvedad. En realidad mis comienzos blogeros fueron en 2009, en otra plataforma cuyo marcador me indica que tiene veintiséis entradas más hasta confluir con la actual, pero sinceramente creo que estos pequeños detalles materiales no interfieren con las reflexiones que me trato de imponer.

Volvamos al principio, en que mi amiga me dijo:

—¿Por qué esa manía que te ha dado ahora de publicar un blog?

—Porque me divierte escribir, siempre me ha gustado y ahora tengo tiempo para ello -le repliqué.

—Vale, entiendo que te guste escribir, y que lo hagas para tí, pero eso no implica que tengas que publicar lo que escribes. ¿Qué le importa al ciberespacio a donde vas de viaje, con quien vas a la ópera, que libros lees o que opinas sobre no sé que cosas?

Callé por no iniciar una discusión que pudiera erosionar nuestra amistad, y sobre todo por la razón fundamental por la que procuro no discutir nunca: porque tal cosa me da mucha pereza.

Pero la verdad es que sus cuestionamientos no me cayeron en saco roto, sobre todo viniendo de una cabeza tan bien amueblada como la de mi amiga. Y no solo no los desestimé sino que las dudas aumentaron cuando algunos otros amigos de verdad, de los que conozco la sinceridad de sus afectos, me insinuaron que todo el que publica, sea en el medio que sea, lo hace por una u otra forma de vanidad. Incluso uno de ellos, cuya inteligencia, sentido del humor (¿no son ambos la misma cosa?) y buena literatura, que acaba de publicar su primera novela admite que el ejercicio de exhibicionismo que conlleva escribir se convierte en un paseo desnudo por la plaza del pueblo en una gélida noche de invierno.

Así pues se imponía meditar sobre la cuestión. Yo nunca me consideré vanidoso, pero ¿y si estaba equivocado? Si todos lo dicen, quizá sea así. No cabe duda, debo repensar por qué escribo, y este redondo ordinal me da un pretexto para ello tan bueno o tan malo como cualquier otro.

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Eso sí, reivindico mi aserto inicial: escribo porque me divierte. Además es uno de mis refugios. No solo ocupa mis pensamientos y los desvía de otros más desagradables, sino que puedo crear un mundo a medida de mis gustos e ilusiones. A otros les da por pintar, dedicarse a la jardinería, correr o leer. A mí me divierte escribir. Y desde que lo hago aprendí muchas cosas. Debo esforzarme para encontrar las palabras exactas y comprobar su significado, tengo que cuidar la composición de las frases, que las historias o los datos volcados en el escrito tengan verosimilitud y sean exactos, y al comprobarlo voy aprendiendo. Además hay que dar coherencia y solidez a la estructura de lo escrito, tanto en lo formal como en el contenido.

Curiosamente, aunque tal vez no sea tan sorprendente, también he modificado (creo que a mejor) mi hábito lector, no en vano, como dice Jordi Nadal, <<escribir bien suele ser el resultado de leer bien>>. Me fijo más en aspectos que van más allá del mero contenido, trato de comprender las estructuras de las lecturas, buscar su posible función expresiva, conocer más a fondo al autor y sus circunstancias, valorar sus posicionamientos, y he adquirido la manía, que les recomiendo, de leer teniendo cerca el smartphone o la tablet como artilugios que me permitan tener acceso a internet y comprobar personajes, ambientes o conceptos, lo que hace que esos aprendizajes a los que antes aludía se multipliquen con el ciberespacio.

También he aprendido otras dos cosas. Una, corregir, corregir, corregir hasta la saciedad los escritos. Es tedioso, sí, pero siempre compruebo que cuando ya creía el texto terminado, aparece algo susceptible de corrección. Otra, es conveniente dejar reposar lo escrito un tiempo equis antes de su publicación, pues los sentimientos que lo generaron pueden haber variado y ser considerados dignos de un nuevo cauce o modificación.

Pues todas esas satisfacciones, y otras muchas, me da el escribir. Por eso me divierto. Pero, ¿en definitiva, hay que publicar o no? Al fin y al cabo pasa algo similar a cuando alguien está aprendiendo a tocar un instrumento musical. Lo hace para si mismo, para su propio divertimento, sin que piense llegar a ser un concertista de élite, pero el hecho de tener que tocas ante algún público, por pequeño y cercano que sea, le obliga a esforzarse en el aprendizaje.

Después de todas estas consideraciones, al final quizá sí es que, aunque no me lo creía, sea algo vanidoso. El cuanto, júzguenlo ustedes. O quizá es que hay otras razones ocultas en el fondo del psique que me impulsen a ello. ¡Pero no hay que abrir todos los armarios!

At last but no least gratitud sin límites a esos setenta y nueve seguidores fijos y esos otros trescientos diecisiete ocasionales, por su paciencia y generosidad.

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