domingo, 26 de junio de 2022

Al trantrán

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Pues así a lo tonto, a lo tonto, al trantrán, uno de los marcadores de la plataforma me indica que esta entrada será la ducentésima desde que comencé a publicarlas allá por el año 2012. Un ordinal ya significativo, amén de redondo, que puede ser una buena excusa para reflexionar sobre el mismo.

Antes de seguir he de hacer una salvedad. En realidad mis comienzos blogeros fueron en 2009, en otra plataforma cuyo marcador me indica que tiene veintiséis entradas más hasta confluir con la actual, pero sinceramente creo que estos pequeños detalles materiales no interfieren con las reflexiones que me trato de imponer.

Volvamos al principio, en que mi amiga me dijo:

—¿Por qué esa manía que te ha dado ahora de publicar un blog?

—Porque me divierte escribir, siempre me ha gustado y ahora tengo tiempo para ello -le repliqué.

—Vale, entiendo que te guste escribir, y que lo hagas para tí, pero eso no implica que tengas que publicar lo que escribes. ¿Qué le importa al ciberespacio a donde vas de viaje, con quien vas a la ópera, que libros lees o que opinas sobre no sé que cosas?

Callé por no iniciar una discusión que pudiera erosionar nuestra amistad, y sobre todo por la razón fundamental por la que procuro no discutir nunca: porque tal cosa me da mucha pereza.

Pero la verdad es que sus cuestionamientos no me cayeron en saco roto, sobre todo viniendo de una cabeza tan bien amueblada como la de mi amiga. Y no solo no los desestimé sino que las dudas aumentaron cuando algunos otros amigos de verdad, de los que conozco la sinceridad de sus afectos, me insinuaron que todo el que publica, sea en el medio que sea, lo hace por una u otra forma de vanidad. Incluso uno de ellos, cuya inteligencia, sentido del humor (¿no son ambos la misma cosa?) y buena literatura, que acaba de publicar su primera novela admite que el ejercicio de exhibicionismo que conlleva escribir se convierte en un paseo desnudo por la plaza del pueblo en una gélida noche de invierno.

Así pues se imponía meditar sobre la cuestión. Yo nunca me consideré vanidoso, pero ¿y si estaba equivocado? Si todos lo dicen, quizá sea así. No cabe duda, debo repensar por qué escribo, y este redondo ordinal me da un pretexto para ello tan bueno o tan malo como cualquier otro.

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Eso sí, reivindico mi aserto inicial: escribo porque me divierte. Además es uno de mis refugios. No solo ocupa mis pensamientos y los desvía de otros más desagradables, sino que puedo crear un mundo a medida de mis gustos e ilusiones. A otros les da por pintar, dedicarse a la jardinería, correr o leer. A mí me divierte escribir. Y desde que lo hago aprendí muchas cosas. Debo esforzarme para encontrar las palabras exactas y comprobar su significado, tengo que cuidar la composición de las frases, que las historias o los datos volcados en el escrito tengan verosimilitud y sean exactos, y al comprobarlo voy aprendiendo. Además hay que dar coherencia y solidez a la estructura de lo escrito, tanto en lo formal como en el contenido.

Curiosamente, aunque tal vez no sea tan sorprendente, también he modificado (creo que a mejor) mi hábito lector, no en vano, como dice Jordi Nadal, <<escribir bien suele ser el resultado de leer bien>>. Me fijo más en aspectos que van más allá del mero contenido, trato de comprender las estructuras de las lecturas, buscar su posible función expresiva, conocer más a fondo al autor y sus circunstancias, valorar sus posicionamientos, y he adquirido la manía, que les recomiendo, de leer teniendo cerca el smartphone o la tablet como artilugios que me permitan tener acceso a internet y comprobar personajes, ambientes o conceptos, lo que hace que esos aprendizajes a los que antes aludía se multipliquen con el ciberespacio.

También he aprendido otras dos cosas. Una, corregir, corregir, corregir hasta la saciedad los escritos. Es tedioso, sí, pero siempre compruebo que cuando ya creía el texto terminado, aparece algo susceptible de corrección. Otra, es conveniente dejar reposar lo escrito un tiempo equis antes de su publicación, pues los sentimientos que lo generaron pueden haber variado y ser considerados dignos de un nuevo cauce o modificación.

Pues todas esas satisfacciones, y otras muchas, me da el escribir. Por eso me divierto. Pero, ¿en definitiva, hay que publicar o no? Al fin y al cabo pasa algo similar a cuando alguien está aprendiendo a tocar un instrumento musical. Lo hace para si mismo, para su propio divertimento, sin que piense llegar a ser un concertista de élite, pero el hecho de tener que tocas ante algún público, por pequeño y cercano que sea, le obliga a esforzarse en el aprendizaje.

Después de todas estas consideraciones, al final quizá sí es que, aunque no me lo creía, sea algo vanidoso. El cuanto, júzguenlo ustedes. O quizá es que hay otras razones ocultas en el fondo del psique que me impulsen a ello. ¡Pero no hay que abrir todos los armarios!

At last but no least gratitud sin límites a esos setenta y nueve seguidores fijos y esos otros trescientos diecisiete ocasionales, por su paciencia y generosidad.

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