sábado, 17 de julio de 2021

Madrid: Vivian Suter

Madrid ha tenido la suerte de heredar la capitalidad de uno de los mayores imperios que en la historia han sido. Quizá por ello, quizá por otras varias razones el caso es que es una ciudad dinámica y vital desde mucho antes incluso de la aparición de payasadas oficiales. Gran número de visitantes de muchos países acuden atraídos por ese dinamismo. Esto hace que también se refleje en su vida cultural.

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En dicho ámbito, y en lo que a la plástica se refiere convendremos que hoy en día es difícil encontrar algo que nos sorprenda o que pueda considerarse original. Pues bien, lo hemos encontrado en Madrid, y más concretamente en la exposición de la obra de Vivían Suter, organizada por el Museo Reina Sofía en su espacio del bello Palacio de Velázquez del Retiro.

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Vivían Suter es una artista nacida en Buenos Aires en 1949, pero considerada de origen suizo por haber desarrollado su trayectoria en Basilea, para establecer posteriormente su residencia en plena selva guatemalteca, lo que ha tenido una profunda influencia en las características de su obra, al punto que tras pasar una serie de tormentas tropicales que llegaron a trastocar muchos de sus lienzos, llega a considerar a la naturaleza como coautora de su obra.

Y a partir de aquí comienza la originalidad citada del hecho expositivo. Los telas, la mayoría de gran y muy gran formato, conservando cada una su autonomía cuelgan sin bastidor ninguno, conformando una gran selva por la que el visitante puede pasear entre ellas, con una relación con el espacio arquitectónico que hace de continente, pero remitiendo indudablemente al entorno en que fueron creadas.

Las muy variadas formas abstractas y la amplísima gama cromática, casi siempre muy luminosa, conforman un todo armonioso y alegre. En definitiva, bello y en el que se percibe un gran trabajo de experimentación, incluido también el ámbito textural.

En definitiva, una experiencia sensorial que no se debe obviar, y que haciéndolo con mente amplia y sin prejuicios nos regalará un gran goce estético y la satisfacción de la originalidad.

Y si quiere finalizar todo ello con un regalo de la vida, tómese un bocadillo de calamares y una caña muy fría a la sombra de uno de los varios chiringuitos (de los de verdad, no los funestos de los que cada día nos enteramos) al borde del Estanque Grande del Retiro y agradézcaselo al destino.

Después, actúe en consecuencia.

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