En esta ocasión podríamos hablar de muchos temas estrictamente musicales. Por ejemplo de la celebración en estos días del 250 aniversario del nacimiento del gran Beethoven, o de la representación por primera vez en nuestro Teatro Campoamor de su única ópera Fidelio, o de su magnífica música orquestal en la que cada nota, como escuché decir alguna vez al maestro Achúcharro, está en el sitio que tiene que estar, o de la no menos grandiosa parte coral.
De todo eso podríamos hablar, así como de la belleza de las voces, de la más que atinada actuación del coro, de la precisa dirección del maestro Marc Piollet, que llevó a la orquesta, nuestra Oviedo Filarmonía , a altas cotas expresivas, bien empastada y con muy adecuados balances. Y también se podía hablar de una escena, dirigida por Joan Anton Rechi , con una acertada intemporalidad, que sin extravagancias ni provocaciones se adecuaba perfectamente a la trama y sus sentimientos.
Respecto del libreto, ya sabemos que en la ópera se producen gran cantidad de licencias poéticas que nos pueden sorprender por aparentemente extemporáneas, e incluso caducas. Pero hemos de esforzarnos en juzgarlas a la luz de las circunstancias de la época referida. En este caso, tenemos la suerte de que el gran Beethoven abarca el final del XVII y principios del XIX, donde se está alumbrando el nuevo mundo de la Ilustración y las Luces, y en el que el genio de Bonn lucha por un mundo que quiere mejor, donde se instauren los valores de la libertad y la igualdad, por lo que la referida intemporalidad escénica está más que justificada.
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