martes, 4 de junio de 2024

EL ENCUENTRO

Era noviembre, y era gris. Era viernes, y era gris. Todo era gris. El fin de semana en soledad se presagiaba por delante.

Una fina y persistente llovizna, la que en esa tierra llaman orbayu, hacia aún más desagradable el atardecer. La niebla desdibujaba los contornos de los edificios y el mobiliario urbano de las vacías calles, y a través de ella solo dejaba intuir negros nubarrones que amenazaban con tormenta que harían aún más desapacible el ambiente.

A medida que Claudia iba caminando la calle parecía empinarse y alargarse más y más. Le embargaba un cansancio extremo. Cada paso le costaba un esfuerzo infinito. Tenía que realizar un acto de voluntad para obligarse a poner un pie por delante del otro y así continuar su marcha. Si no fuera por vergüenza a ser vista y por el tiempo tan inhóspito, de buena gana se sentaría en un bordillo de la calle y allí se quedaría.

De pronto, sin saber como, sin tan siquiera querer mirar en aquella dirección, le pareció ver allá al fondo una sombra confusa que se movía en su dirección.

A medida que se acercaban, la sombra, a pesar de lo difuso del entorno, iba adquiriendo perfiles, y lo más sorprendente, era un perfil humano. Evidentemente se trataba de una persona, la única persona que Claudia había encontrado en todo su recorrido. Además, aunque todo el entorno continuaba difuso, gris y oscuro, esa persona parecía estar iluminada, como por un cinematográfico efecto especial.

Cuando estuvieron lo suficientemente próximas Claudia quedó perpleja. Esa persona tenía un asombroso parecido con ella misma. Es más, era exactamente igual a ella misma.

– Perdone, usted… – se atrevió a balbucear.

– Yo, ¿qué? – respondió la persona que ya no era sombra.

– Es que ese parecido…me tiene desconcertada.

– Pero, Claudia, ¿no me reconoces? ¡Soy tú!

En aquel momento Claudia lo comprendió todo: se había encontrado a sí misma.

Sin pensarlo ni mediar más palabras se fundieron literalmente en un abrazo, quedando una sola persona.

En ese momento la llovizna, la que en esa tierra llaman orbayu, cesó. La niebla desapareció mostrando claramente los contornos de los edificios y del mobiliario urbano, la calle parecía más llana de lo que había sido hasta ahora, y del cielo desaparecieron los nubarrones negros, tiñéndose de un suave atardecer.

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