lunes, 16 de noviembre de 2009

Al hilo de una casualidad

Hoy las circunstancias de una obligación imprevista me han llevado a tener que cruzar el parque de San Francisco, “el campo” que decíamos en mi infancia.

Era la media mañana, y aunque unos negros nubarrones se asentaban sobre el Naranco, empeñados en recordarnos que en Oviedo nunca debemos esperar por el verano, en esos instantes unos rayos de sol luchaban por imponerse, como si quisieran ilusionarnos pintando la promesa de una suave primavera.

Obviamente con tanta agua, y porque no decirlo con los cuidados de los jardineros municipales, la vegetación lucía esplendida, y aunque en muchas ocasiones utilizamos el parque como trayecto de paso, él parecía empeñado en ofrecerse al paseo sosegado.

Decidí aceptar su invitación, moderar la marcha y ensimismarme en disfrutar de la luz de esos rayos solares, de sus jugueteos con los árboles y sus hojas, provocando la abstracción de brillos y sombras, tomar conciencia de la alegría de sentirme vivo y sano y reconsiderar las palabras del sabio José Luis Sampedro al recordarnos lo poco que sabemos disfrutar de lo que es gratuito.

Y de pronto sucedió. Al doblar un recodo y tener que levantar la cabeza y salir de mi ensimismamiento porque se aproximaba un cruce de caminos, lo vi. Allí estaba ¡un barquillero!. Quieto, tranquilo, la imagen misma de la serenidad ante el paso de los años, con su bombo coronado por la ruleta que antaño servía de juguete a los niños.

Una tormenta de sensaciones y recuerdos me inundó. Como a Proust el recuerdo de su magdalena mojada en té, vinieron a mí la rugosa textura de la galleta con la untuosidad de su miel, el quebradizo deshacerse del barquillo en la boca, y sus olores especiales que desencadenaban automáticamente una mezcla de deseo y jugos gástricos.

No lo pude evitar. Tuve que comprar galletas y al comérmelas recordé a mi madre, todo el cariño y esfuerzo que ponía para sacar tiempo en su apretada jornada laboral y “llevarnos al campo”, y a mis primos, y aquella foto frente al ”estanque de los patos” que todavía preside el álbum familiar y en ocasiones, junto con otras similares, es objeto de reuniones y recuerdos.

Una oleada de infancia y de nostalgia me arrastró, y por unos instantes la violencia, la injusticia, las desgracias y las contrariedades quedaron eclipsadas por el gozo de los buenos recuerdos, y como dice mi querido amigo, mi microcosmos fue más amoroso.

Bendita casualidad. Y todo ello sigue ahí, para mí y gratis. ¡Tengo que repetir!.

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