Don Prudencio es persona cuyo comportamiento hace honor a su nombre. Moderado en sus manifestaciones, metódico en la organización de su vida cotidiana, gusta de tener previstas y priorizadas todas sus actividades y obligaciones.
Admirador de la belleza en sus múltiples manifestaciones, la encuentra en todo lo que sea armonioso, bien en formas o sonidos. Rechaza las extravagancias, y aunque tiene gran cuidado de no molestar a nadie con sus juicios, en su fuero interno llega incluso a considerar algunas de aquellas como bestialidades.
Gusta de planificar su día dando paseos, que él considera muy higiénicos, por las arboledas de las orillas de aquel río que tantos recuerdos le traen. Allí rememora su infancia, cuando acudía con su padre que le enseñó a pescar. Allí también le enseñó a diferenciar los múltiples matices del sonido del agua, armónicas variaciones del discurso de la naturaleza.
Ese sonido entra en su cabeza y lo serena, al tiempo que estimula su imaginación para organizar los espacios y los tiempos de las tareas diarias a cumplir. Todo ello con un espíritu que le hace volver a sentir una fuerza casi juvenil.
Sin embargo aquel día el rio sonaba inusualmente tempestuoso. No solo no lo serenaba sino que le agitaba impidiéndole esa tarea de su habitual concentración. ¿Sería el rio o sería su cabeza? ¿Por qué sentía tal inquietud?
Sin saber por qué comenzó a caminar más deprisa mientras que los objetivos a cumplir se agolpaban de forma confusa y desordenada en su cabeza.
De pronto sentía opresión torácica, su respiración era jadeante y las manos se empezaron a empañar de sudor. Aquello no podía seguir así, se detuvo. Su ánimo se tornó sombrío y todo le parecía disonante. Decidió que la situación exigía meditar sobre ella, pero sus pensamientos eran débiles e incompletos.
Quiso volver a reanudar el movimiento, incluso trató de recuperar el tiempo perdido, pero todo estaba roto en su interior.
¿Qué tenía que hacer? ¿Donde tenía que ir? ¿Cuál era el camino que ahora tenía que seguir?
Sintió como una desoladora sensación comenzaba en sus pies y ascendía por todo su cuerpo hasta que al llegar a su cabeza, D. Prudencio supo que había perdido su imaginación. ¿La recuperaría algún día?